Los años de Orígenes |
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por C. E. D., Miami |
Parte 1 / 2 |
El narrador Carlos Victoria rompe lanzas por el libro maldito de García Vega, que es, según Antonio José Ponte, una de esas obras porfiadamente negadoras de las cuales nuestra literatura tanto necesita.
El testimonio de una incongruencia
El cubano le huye a la confesión. Me refiero a la confesión verdadera, la que revela culpas, confusiones, desaciertos y fallas.
Cuando un cubano nos habla de sí mismo, debemos prepararnos para escuchar proezas. Miope para la introspección, para el juicio —no digamos severo, ni siquiera imparcial, sino al menos medianamente franco— de su vida, sus acciones e ideas, de golpe su mirada se vuelve penetrante cuando le toca poner en la picota a otros, en especial si éstos son enemigos.
Su espejo siempre está colocado hacia afuera, mientras él, oculto tras el dorso, acicala su imagen con destreza y reconstruye a su forma su historia, a veces hasta el borde del delirio. Entretanto, hace gala de su exactitud al describir paisajes y accidentes en el campo opuesto.
Esta "exterioridad" no la usa solamente para resguardarse, sino también la extiende como una capa protectora a su clan, a los que él considera como "suyos".
En nuestra literatura, por lo tanto, no abunda la honestidad personal, algo que, dicho sea de paso, no hace mejor ni peor una obra: la literatura carece de moral. Dos de nuestros más grandes escritores, y no diré sus nombres (yo también soy cubano), fueron grandes mitómanos, expertos en el arte de pulir, bruñir y agigantar. Y, por lo menos, los libros de uno de ellos deben su fuerza y su vitalidad a este don para el acicalamiento, para el cinemascope de zonas escogidas con extremo cuidado, y para la total obliteración de las más engorrosas; en resumen, para el escamoteo. Unos pocos —y pienso, entre otros, en José Manuel Poveda— se ufanan, exhibicionistas, en magnificar sus excesos, lo que a la larga viene a ser lo mismo: otra forma de encubrir, de adornarse.
Asombra entonces encontrarse con Los años de Orígenes, de Lorenzo García Vega. Estas memorias, por ponerle algún nombre a un libro que en esencia es inclasificable, raspan la corteza del autor y de su circunstancia, escarban con ahínco todos sus escondrijos, develan sin pudor su trayectoria, la suya y de los suyos, con sus baches, traspiés y tambaleos, dando lugar así a un acto ajeno a la naturaleza del cubano.
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