Lunes, 15 abril 2002 Año III. Edición 344 IMAGENES PORTADA
Los libros
'Boarding Home'

por C. E. D., Miami Parte 1 / 2
Portada

La magnífica e injustamente poco conocida novela de Guillermo Rosales es el título que escoge el crítico y periodista Alejandro Ríos, para quien se trata de un manual de supervivencia cínico y sin concesiones.

Ese manicomio que llevamos dentro

Lo primero que leí sobre Boarding Home, la novela corta de Guillermo Rosales, fue una opinión de Eliseo Alberto Diego, quien aseguraba, rotundo, que se trataba de la mejor obra en su género y extensión escrita en el exilio cubano. Aunque no doy mucho crédito a las opiniones lapidarias, me di a la tarea de leer el libro, que debí pedir prestado porque su única edición, Premio Letras de Oro en la primera tirada del concurso, hace muchos años se agotó.

No recuerdo haber conocido personalmente a Rosales, pero sí a otros coterráneos que tomaron la puerta del suicidio para escapar de las inclemencias de este mundo. Raúl Hernández Novás, poeta grande de estatura física y lírica, es quien mejor guarda mi memoria; compartimos el amor por el cine y solíamos ver vídeos de novedades cinematográficas en casa de un amigo común que vive en la calle Castillo, en Ciudad de La Habana.

Novás se movía de manera pausada, parecía disfrutar el debate ajeno porque apenas participaba de la iracundia post proyección, y siempre mantuvo una atenta ausencia, como de alguien que estaba presente y luego se escurría a otras insospechadas dimensiones, vedadas a los simples mortales. Dicen los amigos más cercanos que su apetito era insaciable y que en los últimos tiempos, antes de tomar la drástica decisión de descerrajarse un tiro, llegó a pasar hambre.

En Boarding Home Guillermo Rosales hace las veces de un Dante criollo para hacernos descender a la noche de la condición humana, sobre todo a la tiniebla que circunda al cubano, tan bien dilucidada por el bromista colosal que fue Virgilio Piñera.

La novela cuenta la historia de William Figueras, un escritor de treinta y tantos años exiliado dos veces: al salir de Cuba desilusionado con la revolución que ayudó a llevar al poder, y al verse en la necesidad de ingresar en un asilo de perturbados mentales de Miami, cuando la incomprensión de sus parientes y la soledad casi terminan por aniquilarlo.

Rosales es un hereje en el terreno de las ideologías y de los patrones sociales, y su fascinante narración, un cínico manual de supervivencia, sin concesiones.

Decir que el micro mundo del asilo, con sus personajes perturbadores y sus guardianes impíos es una metáfora de la comunidad cubana de Miami de entonces, es trivializar la desgarradora exploración del alma que Rosales propone con puño casi clínico, tanto es el ascetismo de su prosa precisa.

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