Lunes, 15 abril 2002 Año III. Edición 344 IMAGENES PORTADA
Los libros
Los pasos perdidos

por C. E. D., Miami Parte 1 / 2
Portada

Entre sus amigos, es conocida la admiración que el novelista José Manuel Prieto siente por la obra de Alejo Carpentier. Fiel a ello, el autor de Livadia escogió una de sus obras más famosas, de la que, como descubrió un día en un pequeño pueblo de Siberia, no sabía cuánto llevaba en su torrente sanguíneo (o verbal).

Una música cercana a las palabras

No se trata del libro (o de los libros) que me llevaría a una isla desierta. Sino de los libros que siempre te acompañan, fragmentos, pasajes enteros que sin uno saberlo flotan en tu torrente sanguíneo (o verbal).

Tampoco estaba yo en una isla desierta: caminaba esa noche por las calles sin asfaltar de un pequeño pueblo o aldea en Rusia. Por la que me movía —eso quizá sí valga decirlo— como por una isla desierta: el aire caliente del atardecer retirándose hacía el río y hacía el bosque, los débiles focos tras los visillos de las casas, el silencio que te envuelve en una ciudad extranjera, atravesándola (inmerso en tus propios pensamientos).

Bajo una ventana, saliendo de una ventana, me alcanzó una de las canciones de aquel año. Un nuevo tipo de hacer música, una especial manera de cantar como rapsodiando que se había puesto de moda entre vocalistas y músicos negros. Di un paso más hacia la esquina, había comenzado a tararear la canción, cuando de pronto una idea, una intuición, me hizo detenerme en seco y acudir rápidamente al pasaje de una novela que contenía una explicación exacta de la música que estaba oyendo.

Extraje aquél pasaje y lo presenté (mentalmente), como se presenta una transparencia, contra la música que salía a borbotones de la ventana entreabierta. Es éste el pasaje:

"Hay como portamentos guturales, prolongados en aullidos; sílabas que, de pronto, se repiten mucho, llegando a crear un ritmo; hay trinos de súbito cortados por cuatro notas que son el embrión de una melodía. Pero luego es el vibrar de la lengua entre los labios, el ronquido hacia dentro, el jadeo a contratiempo (...) Es algo situado más allá del lenguaje, y que, sin embargo, está muy lejos aún del canto. Algo que ignora la vocalización, pero es ya algo más que palabra".

Pertenece a Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, cuando también en una aldea, pero del Amazonas, el protagonista de Carpentier, un musicólogo y compositor, asiste al canto de un chamán o brujo de aldea y descubre cómo deberá él mismo abordar la composición de una oratoria con la cual ha venido soñando desde el comienzo de la novela y a la que le pondrá por nombre Treno.

Y lo que esa noche en Rusia me golpeó como una revelación fue que aquella manera de hacer música, de vocalizar, que para el personaje de Carpentier sonaba como "muy lejos del canto", una música en los comienzos mismos de la música, esa noche de 1990 entraba a mis oídos más bien como los acordes de un "final", como un término que quizá delataba un agotamiento o el final de un periplo, principio y fin unidos. No era la palabra adensándose, agrupándose asimétricamente en la cuerda rítmica (y organizándose en música), como lo describe Carpentier, sino la melodía rasgándose en jirones de palabras, ¿ripiada? (en el español de mi infancia). No. "Rapeada".

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