Viernes, 12 abril 2002 Año III. Edición 343 IMAGENES PORTADA
Los libros
Los días de tu vida

por C. E. D., Miami Parte 1 / 2
Portada

El poeta Germán Guerra tiene una especial devoción por el poemario de Eliseo Diego, al extremo de que cuando salió clandestinamente de la Isla trajo, en el interior de un tubo plástico sellado, un ejemplar del mismo. Hasta hoy lo conserva, y una y otra vez vuelve a las ya cansadas páginas del que, a juicio suyo, es el libro más íntimo, claro y parco del autor de En la Calzada de Jesús del Monte.

El tiempo, todo el tiempo

—¿Tú tienes Los días de tu vida?

—Los días de mi vida —respondió ella— los dejé, los he perdido, quizás estén ahí, entre tus manos.

—Te estoy preguntando por el libro de Eliseo.

—Y yo te estoy hablando de los días, de los días de mi vida. Del tiempo que perdimos, de mañana y del tiempo, todo el tiempo.

"Comerse la guásima" es en mi pueblo —que fluye apacible por las podridas orillas del río Guaso— una de las más suculentas metáforas de la adolescencia, significa no ir a clases. Mi primer banquete, mi primera mordida en el fruto prohibido de una guásima rompió para siempre mi inocencia, me soltó despierto, desarmado y desalmado, en el oscuro reino donde encuentras la verdad para luego comprender que no hay lugar donde ponerla. Desde ese día crecí apareando mis incómodas preguntas al cómplice silencio de todos mis mayores. Hesse y Dostoievski habían ocupado el lugar de Salgari. Contaba ya catorce años, bajo el cálido amparo de las puertas del pueblo se hablaba del Perú, del puerto del Mariel y de otros lugares que alentaban al norte de las páginas cromadas de mi Atlas. Llegaba el fin de curso y la inminencia del verano nos obligó a escapar del tedio y la abstracción de la última lección de matemáticas. La pandilla llegó al parque, donde late el corazón del "¡Genio del Lugar!", para encontrar que justo allí, en el centro del triángulo que arman la estatua de Martí, la iglesia y la ceiba sembrada por los mambises, le hacían un acto de repudio a una mujer en estado: era la primera vez que veíamos parir y nacer y morir al mismo tiempo. Martí tembló, supusimos que de pasión por los que gimen; nosotros temblamos de miedo de sangre y del vacío. Esa tarde de abril ya para siempre, fue la primera vez que no se dijo hasta mañana en la pandilla, y de regreso a casa me compré Los días de tu vida.

Adquirí el poemario de Eliseo Diego, en esa primera edición de 1977, con el azul de la portada en la que se reproducía uno de los tantos Quijotes de Picasso, porque en el cuerpo del libro latían poemas dedicados a Salgari y a Dostoievski, y por el olor de las páginas al hojearlo. Hoy vuelvo a poner las manos sobre aquel gastado ejemplar para esgrimir este par de palabras y descubro que habita en cada verso, y también huele a golpes, a viajes, y a la larga esperanza en que he logrado traducir estos últimos años con el libro a la espalda, y que ya es casi la vida. En aquella tarde confluyeron todos los caminos que me hicieron llegar descalzo, tumefacto, a estos altos portones que guardan el umbral de la poesía.

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