Lunes, 11 febrero 2002 Año III. Edición 299 IMAGENES PORTADA
Los libros
Caniquí

por C. E. D.  
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El poeta y narrador Vicente Echerri recuerda haberse acercado con cautela y con ciertos prejuicios a una obra que tenía por escenario las calles y casas que le rodearon desde su infancia. La obra de Ramos, sin embargo, lo atrapó desde las primeras páginas por la veracidad de sus personajes y situaciones y la singular firmeza de su narración.

Un pardo bandolero convertido en antihéroe

Con un delicioso regusto suelo recordar mi primera lectura de Caniquí, la novela de José Antonio Ramos que se inspira en la vida de un delincuente del mismo nombre que se hizo de una leyenda en la Trinidad colonial de los años treinta del siglo XIX.

Por haber nacido y crecido en Trinidad, la leyenda de Caniquí, —que seguía siendo del dominio público más de un siglo después de su muerte— me fue conocida antes que la novela. Todavía en mi infancia era corriente oír decir que alguien era "más malo que Caniquí", lo cual resalta, dicho sea de paso, cuán ingenuos eran los criterios con que aún en vísperas de la revolución se medía la maldad en un pueblo apacible. Los muchachos de mi generación podían contar, además, la historia de este bandolero en el que algunos han querido ver un precursor de las luchas por la independencia, y que fue cazado a tiros en la playa de María Aguilar por la Partida de Armona (una suerte de banda paramilitar creada en tiempos del gobernador Vives para combatir el bandolerismo).

El conocimiento de primera mano del tema que le sirve de base a la novela de Ramos añadía un prejuicio en su contra. Siempre he creído que la obra literaria exige alguna distancia, y yo como lector no la poseía. Aunque la novela tenía más de treinta años de escrita y su autor ya había muerto cuando yo vine a leerla en la edición que hicieran en Cuba en los años sesenta, me acerqué con cautela a una obra que tenía como escenario las calles y las casas que me rodeaban y entre cuyos personajes había hasta gente de mi sangre.

Sin embargo, mis prejuicios desaparecieron enseguida. Desde las primeras líneas Ramos logra salvar los facilismos costumbristas y pintoresquistas para adentrarse en el carácter de los personajes (algo realmente atípico en la literatura latinoamericana de esos años) y brindarnos una trama que claramente se inscribe dentro de la llamada "novela sicológica", más afín que la mayoría de los narradores cubanos de su época a las pautas de la modernidad. Las "hazañas" de Caniquí que yo conocía no eran más que un pretexto que Ramos encuentra para fabricar la contrapartida de Cecilia Valdés. Al argumento romántico de la mulata bastarda que se enamora de su medio hermano (historia que parece hecha para una telenovela), Ramos propone el de la señorita blanca a quien la figura del pardo bandolero, un auténtico antihéroe, sirve de catalizador a sus conflictos espirituales y morales: el fugitivo de la raza oprimida atormenta y libera a un tiempo a una muchacha aristocrática víctima de los prejuicios de su clase.

Con los años he vuelto a releer Caniquí con la misma degustación de entonces. La narración se sostiene con singular firmeza y la veracidad de personajes y situaciones es más que convincente. Para mí es una de las grandes novelas cubanas de cualquier época, y con Cecilia Valdés y El Siglo de las Luces, forma parte de una notable e inescapable trilogía.


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