Martes, 06 agosto 2002 Año III. Edición 425 IMAGENES PORTADA
El criticón
Cuerpos

Acerca de los elementos discursivos presentes en la obra plástica de Lidzie Alvisa.
por DENNYS MATOS, Madrid Parte 1 / 2
Serie 'Imanes'
Serie 'Imanes'

La sociedad como espectáculo es una de las señas que mejor caracteriza la cultura actual, entre otras cosas porque éste ha sido el caballo de Troya a través del cual lo público ha devorado el espacio privado hasta diluir sus límites de identidad. Ya todo puede ser público, del mismo modo que ya nada es completamente privado o real.

El hogar y la familia son televisables; "la sexualidad", interactiva y multimedia, por tanto publicable y, sobre todo, manipulable. En esta nueva "privacidad", construida cada vez más a partir de los contenidos "públicos", se vuelve confuso y escurridizo el espacio privado como expresión de lo personal, del Yo, de la individualidad. No destaca un alter ego capaz de reafirmar su autenticidad frente a la "privacidad" establecida. Si la familia como paradigma del espacio privado está agotada y controlada —también lo está su sistema de representación de las relaciones y roles sociales—, si los deseos crean ansiedad porque, según el psicoanálisis freudiano, son ausencia del objeto deseado (una forma más solapada de controlar las pulsiones de la libido, haciéndola depender de objetos exteriores, fantasmagóricos y prefabricados), entonces el cuerpo se convierte en el último refugio, en la única fuerza que puede subvertir el estado actual de cosas. Desde sus pulsiones internas, el cuerpo desconstruye los mecanismos a través de los que el espacio público del capitalismo postindustrial y teleinformático compele y dictamina el comportamiento del espacio privado.

Cuanto más se generalice y seduzca la imagen, el espectáculo y la vanidad, cuanto más el mensaje sea el propio medio, más provechoso será hablar del cuerpo de los artistas (totalmente alejado de su imagen) como registro de percepciones, porque en las mutaciones de los sentidos está el fluido que encarna sus maneras de oír, ver, oler, soñar y gozar, de imaginar y proyectar su percepción del mundo. El cuerpo, con sus fluidos y vísceras, sus deformaciones y neuronas, su sangre, genitales, boca y ano; en fin, el cuerpo de pies a cabeza, con sus huesos y zonas erógenas, produciendo el deseo desde sí mismo, como un modo de estar, ser y actuar en el mundo. Esta forma de situarse frente a la creación tiene puntos de contacto con la idea del cuerpo como "máquina deseante", expuesta por Deleuze y Guattari en El Antiedipo. En él no se postula el deseo como carencia del objeto deseado —posición del análisis freudiano—, situado fuera del que desea, sino como proceso ("producción deseante") que "desborda todas las categorías ideales y forma un ciclo que remite al deseo en tanto que principio inmanente" del cuerpo.

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