Miércoles, 12 junio 2002 Año III. Edición 386 IMAGENES PORTADA
El criticón
La pintura del sobresalto

En torno a 'Ojo, Pinta', reportaje de Raúl Rivero sobre la plástica cubana de los ochenta.
por ARMANDO AñEL, Madrid Parte 1 / 2
Rafael López
Horror Vacui-Discorsi Vacui (Rafael López)

Hay un momento ya célebre en la plástica cubana de los ochenta —finalizada la década—, una de esas raras pausas en las que el arte es suplido por la leyenda, que desde el hecho concreto acaba poniéndose a su servicio. En mayo de 1990, inaugurando la exposición El objeto esculturado, en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, en La Habana, el joven pintor Ángel Delgado defecó —rodeado de huesos verdes— sobre un ejemplar del Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba, Granma: a cambio de tan justo homenaje, fue condenado a 6 meses de cárcel. Allí mismo y a esa hora el performance de Delgado resumía, o formalmente anunciaba, la que podría ser nombrada "plástica del sobresalto"; rotulaba a una generación de artistas que, en palabras de Rafael López Ramos, se caracterizaron por ser "protagonistas de segunda fila y testigos de primera, sin que esta condición guarde relación alguna con la calidad de sus obras, sino más bien con su poca capacidad para el simulacro y la doblez moral que hubieran necesitado para negociar con las mismas instituciones [por supuesto, "revolucionarias"] que llevaban más de cinco años censurando sus exposiciones". Una generación irreverente y, en consecuencia, enemiga a los ojos del Poder.

En Ojo, Pinta, suerte de reportaje a cargo de Raúl Rivero, esta "generación del sobresalto" es auscultada en las personas de once de sus miembros. Para el poeta, se trata del "testimonio de un tiempo de confusión, el retrato en blanco y negro de un grupo de pintores cubanos que, en pleno hervor del período especial, decidieron trabajar en su patria, pero sin amo". Y se trata, también, de un retrato de grupo que pone al descubierto —otra vez— cierta sorprendente circunstancia: no fueron los literatos, ni los cineastas, ni siquiera los periodistas [oficiales], los que decidieron contrarrestar los designios del Poder desde de una escritura o un arte contestatario (en momentos en que la nación aguardaba por una voz que la representara en el campo de la cultura)... fueron los plásticos.

En 1989, el crítico Gerardo Mosquera reconoce que las artes plásticas "constituyen ahora la tribuna más osada" —reconoce un secreto a voces—. Como apunta el pintor Magín Pérez Ortiz en Ojo, Pinta, en la Isla se ha echado en falta "una crítica polémica, seria, adulta, previsora e inteligente. Hasta hoy [finales de los 90] ese papel de reconocimiento se le ha concedido única y exclusivamente a Gerardo Mosquera, quien se ha desempeñado tratando de no polarizarse en un dirección estética. Pero evitar la polarización atenta contra la profundidad de análisis y, además, yo no creo en la no-polarización". Esto es, la serpiente del "neocriticismo post-revolucionario" se muerde una vez más la cola.

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