Lunes, 29 abril 2002 Año III. Edición 354 IMAGENES PORTADA
El criticón
La acechante decadencia

En torno a la galería Acacia, Ernesto Villanueva y los nuevos derroteros de la plástica cubana.
por DENNYS MATOS, Madrid  
Villanueva
La noche (Villanueva)

De un tiempo a esta parte ha comenzado a pulular en las artes plásticas de la Isla un tipo de pintura que, llevándola bien, podríamos llamar de aficionado. Una pintura que, en sentido general, es pacata de reflexión, macarrónica en factura y de estética facilona. En realidad esta "modalidad pictórica" existía desde hace muchos años, fruto político-cultural de la masividad en el arte, con sus respectivas legiones de jornadas, encuentros y festivales de aficionados. Ahora bien, siempre estuvo claro —al menos para una crítica rigurosa y honesta— que de lo que se trataba era de una pintura aficionada, sedentaria y de feria, que tenía el objetivo de ocupar (controlar) el tiempo libre, es decir, entretener a la vez que cultivar a los militantes de cualquiera de las organizaciones de masas, ya fueran las FAR, el Ministerio de la Construcción o del Interior, la FMC o la ANAP, daba lo mismo, porque a fin de cuentas se hablaba del pueblo (en el que, como es lógico, poco hay de rigor estético y profundidad conceptual, y sí mucho de oportunismo, conformidad, ambientación y decorado). Pero en la actualidad estas fronteras (cabe decir no "para bien o para mal", sino para mal), parecen desdibujarse a medida que, entre otras cosas, la gran feria (turística) en que se ha convertido el país hace pasto de la cultura nacional.

Tal vez lo más lamentable del fenómeno sea que muchas de estas obras están accediendo con cierta facilidad a galerías con determinado prestigio, las cuales le extienden una especie de pasaporte de legitimación a este tipo de producción plástica. La galería Acacia habla de ello, lo que seguramente no es casual tomando en consideración que ahora mismo es el espacio expositivo más conservador, pero también más comercial, de los que representaron a Cuba en la última Feria de Arco. La Acacia mostró, junto a las de Favelo y Bejerano, las obras de Ernesto Villanueva.

Lo primero que destaca en las obras de este pintor es la falta de singularidad estética y conceptual de su propuesta, evidente no sólo en los cuadros expuestos en el circuito ferial de Arco, sino en el recorrido por un total de 30 de sus obras contempladas en el libro-catálogo titulado Laberintos del tiempo. Un repaso por este cuerpo de obras nos sumerge en un decollage mal cuajado de las vanguardias plásticas cubanas de los primeros 50 años del siglo XX. Pueden verse trabajos como, por ejemplo, la serie Figuras esenciales (2001) o Salida de emergencia (2001), que emulan la superficie visual de la abstracción de los 50, a la que perteneció en su momento Raúl Martínez. En otros, como en Años y madrugadas, encontramos densidad y abigarramientos constructivos de la figuración, pero además hay en las colografía Malecón II (2000) y Eclipse (2000), o en las serie Malecón, folclor y paleta de alegres coloridos a lo Amelia Peláez o Portocarrero. Por supuesto, no podían faltar las referencias a los contenidos político-históricos, como sucede en Años encerrados (2001) o en Que vivir por la patria (2001). En fin, si para gusto se han hecho los colores, hay de todo como en botica y puede servirse usted mismo. Tenemos en la misma vitrina abstracción, figuración, folclor y arte político... ¿cuál de ellos se quiere comprar?

¿Cómo es posible que después del altísimo rigor conceptual y plástico alcanzado por un joven y numeroso grupo de pintores de los 80 y los 90, se esté dando espacio y promoción a este tipo de pintura ya superada, y por tanto decadente (ciega, sorda y muda ante la convulsa realidad cultural del país), que no aporta nada nuevo al debate acerca de todas las polémicas aristas de la cultura nacional, generado desde hace ya casi dos décadas por la producción de las artes plásticas en Cuba? Evidentemente, los criterios estrictamente artísticos, sanos y vitales en la criba que debe hacer la Acacia, como cualquier otra galería de arte, no están interviniendo para nada en la selección de las obras, sino más bien todo lo contrario: se van relajando y diluyendo en función de un falso mercado del arte que creen tener dentro de la Isla. Sus principales clientes no son otros que las cadenas hoteleras, los vestíbulos de firmas extranjeras y los turistas que pasean por la feria de la Catedral de La Habana. Lo peor de todo es que estos espacios serán cada vez más accesibles al arte comercial, tranquilo y digerible que ya viene empacándose y que vende una nueva imagen artística de la Isla. Una imagen menos accesible a las propuestas auténticas y verdaderamente transgresoras que, frente a las características configuradas por estos espacios turístico-comerciales, están asistiendo ya a un proceso de enmascarada marginalidad, extremadamente dañina para la divulgación de actitudes y posturas estéticas realmente novedosas.


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