Viernes, 11 enero 2002 Año III. Edición 278 IMAGENES PORTADA
El criticón
Las noches de Constantinopla

Uno de los estrenos cinematográficos cubanos del año, a medio camino entre 'Los sobrevivientes' y el desperdicio.
por ANTONIO JOSé PONTE  
Rojas
Realizador Rojas, cine cubano actual: más rollo que
película

En el que puede considerarse el mejor de sus largometrajes de ficción (Una novia para David), el director Orlando Rojas consiguió, hace unas décadas, una comedia excelente. Un chiste sobre la apariencia de su protagonista femenina, el tema musical compuesto por Pablo Milanés e interpretado por Elena Burke, y el descubrimiento de unos cuantos actores, componen mayormente su saldo. Pero el filme puede ser revisitado a placer en su totalidad.

El segundo largometraje suyo (Papeles secundarios) incluía momentos de humorismo dentro de una historia dramática (recuerdo especialmente una escena de alegre desparpajo en la azotea). Y ahora que Orlando Rojas intenta la comedia en Las noches de Constantinopla, es bien poco lo que nos ofrece.

Porque un público tan proclive a la risa como el cubano demora en soltarla (se agotan los primeros quince minutos sin que escuchemos ninguna), y ríe poco mientras el director gasta arsenal que debería facilitar las cosas: tropezones, travestismo, secretos a punto de descubrirse... Diálogos y acciones cruzan apagadamente la pantalla y demasiadas veces echamos de menos esa expectativa que, en lo humorístico, antecede a una respuesta o un gesto: el suspenso que ha de rodear a un chiste.

La vergüenza del que, obligado a comedia, se sabe poco gracioso, habrá puesto prisa en las escenas. Pero comedia no es sólo velocidad, sino también detenimiento en algunas ocurrencias, detenimiento para buenas ocurrencias. La gracia debe ser bien respirada. Si se tratara de literatura, podría afirmarse que la película de Rojas se encuentra mal puntuada. Mal respirada, mal de tempo. Un argumento de Julio Carrillo (Cuarteto de La Habana) y del propio director, ha sido contado perdidiza y largamente por el binomio de guionistas compuesto por Manuel Rodríguez (Madagascar Nada) y Orlando Rojas.

Colgados en una mansión habanera existen unos cuadros valiosos. A los cuadros los vigila una anciana, cabeza de familia linajuda. La anciana cae en un raro estado de coma y sus herederos aprovechan para vender los cuadros. La anciana sale del coma, es preciso suplantar con falsificaciones los cuadros vendidos, y el mejor modo de pagar tales copias pasa por abrir en la vieja mansión un cabaret.

La historia, cercana a Los sobrevivientes de Tomás Gutiérrez Alea, tiene el añadido contemporáneo de la pequeña empresa familiar. Pero Los sobrevivientes recontada hoy hace que nos preguntemos por qué razón los más jóvenes de esa familia no toman los cuadros, o el dinero que den éstos, y se largan. Por qué a la extraña enfermedad de la vieja suman un síndrome buñueliano que los retiene. Pues lo que encontraba justificación alegórica en Gutiérrez Alea, hace aguas en la película de Rojas.

Verónica Lynn, en excelente desempeño, valdría para protagonista del filme que cuente la vida de Dulce María Loynaz, si alguna vez el cine cubano intenta esa manifestación del aburrimiento. Francisco Rabal hace en Las noches de Constantinopla uno de sus últimos trabajos. Bastante descarriado, por cierto. Y reclamos de coproducción o de familia habrán obligado a elegir a Liberto Rabal para el papel protagónico.

Sentado en cachumbambé con éste, Vladimir Villar resulta pasable cuando el joven actor español está imposible. Y viceversa, hasta que juntos alcanzan momentos en que consiguen estar mal los dos. El único parlamento realmente hilarante del filme corresponde a Natacha Díaz, y una tan buena humorista como María Isabel Díaz Lago (Una novia para David) encuentra poca oportunidad para lucirse. Llamar, por último, a Rosita Fornés (Se permuta) para no ofrecerle siquiera una línea de diálogo aprovechable en la comedia, resulta un desperdicio.

Las escenas de cabaret (música de Pavel Urkiza y fotografía de Angel Alderete) nos hacen lamentar que el director no haya logrado su cometido en el resto del filme. En contraposición, la escena de pareja saliendo a la lluvia después del amor resulta bochornosa (cabe preguntarse si la lluvia es indicativo del frenesí sexual en la obra de Rojas.)

Éste llevaba más de diez años sin estrenar. No le faltaban, sin embargo, admiradores expectantes. Calculo que, a estas alturas, muchos habrán visto frustradas sus expectativas. De no mudar de fe, toca a ellos desear que Las noches de Constantinopla sirva de tránsito a su director hacia obras de mayor envergadura.


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