Jarabe con Ponte |
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por RAúL RIVERO, La Habana |
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Los correctos funcionarios cubanos de la cultura y el mundo editorial, que defienden temblando sus poltronas de tinta, tienen una hermandad pública, intensa, con los empleados del Poder Popular del sector de las pompas fúnebres.
Otro cortijo de sus faenas cotidianas los enlaza —a pesar de su ateísmo obligatorio— con los confesionarios y el perdón de los curas católicos.
Así es que al casto oficio de la censura y a sus incursiones en la crítica literaria, porque ellos deciden quién es y quién no es un autor importante, integran estas chapuzas voluntarias.
En noches largas, confesionales, humedecidas por los rones dulzones de un cóctel oficial, se ha sabido que también son poetas o novelistas y pensadores profundos que están en negociaciones con la posteridad.
Muchos son guajiros profesionales o negros por adopción o desesperados gays todavía en la tortura de la naftalina de los descomunales escaparates de la familia. El caso es tener militancia en alguna minoría porque eso ayuda al expediente de cuadro.
Pues bien, El libro perdido de los origenistas, que acaba de publicar en México el poeta y ensayista Antonio José Ponte, es un remedio definitivo para que la literatura se libere de esos intermediarios multioficio que representan el poder y encarnan la mediocridad.
Es la obra de un hombre libre, de un verdadero intelectual que investiga y luego escribe con sobriedad y precisión, sin ninguno de aquellos fantasmas en su habitación y una Lap top sin el virus del miedo.
Son 178 páginas, editadas con cuidado y belleza por Aldys, preparadas para defender a unos maestros (José Lezama Lima, Virgilio Piñera), para conocer pasadizos del grupo Orígenes y para aproximarse limpio y lúcido a Julián del Casal y a José Martí.
No puede verse la intención de llevar a esos escritores y sus trabajos y sus días a determinada provincia política. Se trata de ponerlos a todos en sus ámbitos puros y defenderlos de piraterías y apropiaciones.
El autor entra y sale de temas polémicos o ingratos no como un "niño terrible" que quiere deslumbrar o molestar, sino como un hombre inteligente que se mete en un "sitio terrible" que llenaron de máscaras y lobregueces.
Ponte sólo quiere, como dijo aquel viejo, ganar la luz y llegar con ella a una franja de nuestra cultura para iluminarla y convidar a todos a que pasen a verla.
Es un libro político, ya se advierte en la contraportada, pero está escrito con la inocencia que genera siempre la condición de escritor sin mandato.
A mí me deslumbró su honestidad y me emociona el huracán que anuncia.
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