| El hundimiento del Titanic |
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| En torno al Premio Príncipe de Asturias 2002. Hans Magnus Enzensberger, George Orwell y Cuba. |
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| por JORGE A. POMAR, Colonia |
Parte 1 / 3 |
Alto, flaco, ingenioso, irrebatible, chispeante, un haz de nervios consciente de su carácter de huésped indeseable en la Isla, el bávaro Hans Magnus Enzensberger (nacido en 1929) despereza con un violento chubasco racionalista a los embotados asistentes al Seminario Internacional de Germanística. En poco más de media hora el príncipe de los picos de oro germano-occidentales pone a su atónita concurrencia al tanto del último grito ideológico en el Viejo Continente. Entre líneas, siempre cauteloso y oblicuo, va destilando de paso su mensaje universalmente subversivo de cuño orwelliano.
Corren los primeros años de la década de los ochenta. Hace rato que Enzensberger no es aquel joven desencantado por igual del milagro económico en la RFA ("esta Arcadia donde se asciende pero no se progresa") y del llamado "socialismo realmente existente" pero aún deslumbrado por el experimento caribeño. Cierto, todavía en 1970 no había salido a la luz El interrogatorio en La Habana, un drama político contra Estados Unidos basado en las actas del juicio contra los invasores de Playa Girón. El libro suscitó fuertes controversias en Occidente y reproches de ceguera a su autor, pero en realidad había sido escrito en una fecha anterior y reflejaba posiciones ya superadas por Enzensberger. En esta nueva visita a La Habana no sólo ha cometido el pecado capital de estampar su firma en la famosa carta de protesta donde la flor y nata de la intelectualidad mundial condenó en 1971 el arresto del poeta Heberto Padilla, sino que además ha publicado el poemario El hundimiento del Titanic. Una comedia (1978), con los cuatro cantos donde describe a la Isla como un barco a la deriva que navega hacia un iceberg visible desde el Malecón.
Aunque ameno y acertado como de costumbre, Vargas Llosa se equivoca al describir en un artículo de 1999 (Extemporáneos: en el Titanic, con Vargas Llosa, reproducido por Letras Libres) la postura de Enzensberger con respecto a la Revolución cubana en los sesenta como radicalmente distinta de la que sostenía Günther Grass, a quien acusa de defender el sistema democrático y condenar el totalitarismo en Europa pero exhortar a los latinoamericanos a "seguir el ejemplo de Cuba". Vale decir que, aparte de haber sido esa la posición predominante entonces entre la intelectualidad extranjera y en principio sostenida también por Enzensberger, hace tiempo que el autor de El tambor de hojalata (premio Nobel de literatura de 2001, por cierto) cambió de opinión al respecto.
A la sazón, Enzensberger —miembro como Günther Grass y Heinrich Böll del Grupo 47— sostenía una postura que más tarde sería definida como de "solidaridad crítica" (rechazada de plano por la petulante jerarquía insular). Todavía en 1968 renuncia a una invitación como profesor extendida por una prestigiosa universidad de Connecticut y un poco (o un mucho) que esgrime ese público gesto de "protesta contra el imperialismo" como aval para establecerse en La Habana ese mismo año en calidad de intelectual revolucionario. Sin duda albergaba el ingenuo propósito de influir en el curso de un proceso que veía escorarse peligrosamente hacia la esfera soviética. Sin embargo, su terca lucidez política, el decepcionante Congreso Cultural de La Habana, en el que participó, y, en particular, sus contactos con Heberto Padilla y otras ovejas negras de la intelectualidad criolla, muchas de ellas hoy vergonzosamente arrepentidas, lo ponen enseguida en evidencia ante la Seguridad del Estado. El romance antillano termina de mala manera.
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