Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Cultura
Lina (je), poesía, constelaciones

por RAúL RIVERO, La Habana  

La única vez que soñé con Virginia Wolf se presentó en mi sueño con la cara de Lina de Feria. Era ella a la orilla de un río que corría entre unas piedras negras, pero cuando me miró, los ojos que me miraban tenían la luz ambigua de los de mi amiga.

Lo entendí como un mensaje tardío: Yo no podía querer ni admirar más a Lina.

Ahora mismo, cuando pasa una comparsa y desde el techo se desprende todos los días una docena de maromeros, Lina está sola en su portal con sus poemas y sus mundos que trasmiten con precisión una clave de inmortalidad.

Es ella una de las voces poéticas más poderosas de la literatura cubana contemporánea. Desde Palatino o El Vedado, en medio de la angustia y la fatiga, escoltada por un intrépido comando de delirios, esta mujer de pactos frágiles trata a la poesía como a una amante.

Quiero decir con confianza y pasión, sin perder el temor y el misterio.

Sus libros, desde Casa que no existía, escrito en los sesenta, hasta A mansalva de los años, que recoge su trabajo más reciente, enseñan un modo de contar exclusivo, original, pleno, libre, del que se resguardan envidiosos y burócratas por ignorancia y por maldad.

Lina hizo naufragar la vanidad y, por lo tanto, escribe sin espejos y sin colores en una entrega casi mística. Perdonó la carne y la materia impura.

Hace unos años nos pusimos de acuerdo para escribir su biografía y resultó que le daba pena contarme algunas cosas o teníamos miedo o sabíamos que faltaba mucho tiempo por vivir y no escribimos nada.

Esa vida la tiene que evocar ella sola y ella sola enfrentar la hoja en blanco.

De todos modos, recuerdo que le gustaba especialmente reconstruir sus entradas triunfales al vestíbulo de la Escuela de Letras. Las tertulias, los versos, los amigos, los ahora dulces conflictos literarios de un tiempo que soñamos eterno.

Le gustaba, le gusta, recordar un viaje que hizo a Toronto con Luis Rogelio Nogueras, en el que Wichy, desde luego, le propuso matrimonio.

Lina, que camina sola por la vida, no tiene grupo, partido, ni agente de relaciones públicas. La representa su poesía y la cuida su obra, que crece silvestre en el limbo donde amanece.

La Habana es todavía una ciudad noble porque Lina de Feria vive y escribe en ella. Lina, allá arriba, en la búsqueda del equilibrio de la palabra y dispuesta, a pesar de todo, a prestarle su rostro a Virginia Wolf para que se pueda soñar en Cuba.


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