Jueves, 23 enero 2003 Año IV. Edición 540 IMAGENES PORTADA
Cultura
A oscuras y en tropel

Un arte que arrastra multitudes: algo de historia a propósito del último festival de cine de La Habana.
por DIMAS CASTELLANOS, La Habana  
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Del 3 al 13 de diciembre se celebró en La Habana la vigésimo cuarta edición del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, una de las citas del séptimo arte de mayor participación popular en el mundo.

Como de costumbre, miles de habaneros rompieron la monotonía habitual y, como los dromedarios, engulleron una montaña de filmes para digerirla pausadamente durante el resto del año. Algunos tomaron vacaciones y otros se ausentaron de sus centros laborales y estudiantiles para rastrear información, agenciarse las entradas y dedicar largas horas a las multitudinarias colas que les permitirían acceder al evento.

¿Por qué tanto público en estos festivales? Entre las razones están la limitada oferta de películas durante el año, la escasez de diversiones que antaño fueron comunes —como los bailes populares—, las pocas opciones televisivas, las prohibiciones para conectar con canales del exterior, la escasa oferta de películas de video y el contagio psicológico que generan las concentraciones humanas. Sin embargo, estas causas son tan reales como insuficientes para explicar el fenómeno. A ellas hay que añadir dos factores contradictorios: la existencia de una cultura cinematográfica forjada durante más de un siglo en Cuba y la disminución de las salas de exhibición.

Aunque en 1889 Edison sentó las bases técnicas de la cinematografía moderna con el invento de una cámara para fotografiar imágenes animadas, fue a partir de 1895 que el mundo conoció las maravillas del cine gracias al cinematógrafo de los hermanos Lumière, capaz de proyectar películas para una gran audiencia. Sólo dos años después de su invención, en 1897, la novedad técnica se estrenaba en Cuba, en la acera del teatro Tacón. Desde ese momento, el séptimo arte comenzó a ganarse un público cada vez mayor hasta ocupar un lugar privilegiado entre las opciones de recreación popular de los cubanos y la cubanas.

El interés popular generó una creciente producción, comercialización y distribución de filmes, conversión de teatros en cine-teatros y proliferación de carpas ambulantes que llevaban el nuevo arte a los más recónditos rincones del país. La magnitud del crecimiento la demostraron los empresarios Santos y Artigas, que en 1914 aseguraban tener 10.000 filmes en existencia para su explotación.

En 1897, a pocos días del estreno del cinematógrafo, comenzó la filmación en Cuba del primer corto, de un minuto de duración, Simulacro de Incendio, seguido por Burial of the Maine Victims y Wreck of the battleship Maine, ambos filmados por la Casa Edison; unos meses más tarde, en julio, se rodaban por vez primera en el mundo escenas de guerra tomadas en su escenario real: la Toma de San Juan durante la Guerra hispano-cubano-norteamericana. Ese mismo año el actor José Casasús realizaba el primer filme hecho por un cubano, El brujo desaparecido.

Entre 1897 y 1959 el desarrollo de la cinematografía en Cuba se reflejó en la creación de asociaciones de empresarios, trabajadores y aficionados al cine, en la aparición de secciones de cine en la prensa con críticas especializadas, en la publicación de guías cinematográficas, en la construcción de locales especializados para la exhibición –Actualidades, en 1906, fue el pionero–, en ciclos de conferencias, cursos de cine y programas radiales como el que dirigiera el crítico Ramón Pérez Díaz. La existencia en 1958 de 519 salas a lo largo y ancho de la Isla —340 de ellas con el sistema de proyección cinemascope—, 30 circuitos que agrupaban 170 cines con una capacidad de 167 081 asientos y unos 8000 trabajadores en distintas actividades relacionadas con el cine, demuestra el significativo crecimiento de la cinematografía nacional.

La extensión de las salas de cine en La Habana fue tal que en la Guía Telefónica de 1959 aparece la sorprendente cifra de 107 salas públicas entre cines, autocines y cine-teatros para una población de 1,5 millones de habitantes aproximadamente.

Si a ello se agrega que actualmente las salas de cine —además del mal estado de una gran parte de ellas— se han reducido a 64, de las que durante el pasado Festival se explotaron sólo alrededor de 20 —para una población de aproximadamente 2 millones de habitantes—, o se une la escasez de filmes y de otras opciones recreativas durante el año, pueden explicarse las aglomeraciones que han caracterizado las sucesivas ediciones del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano.


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