| En carne viva |
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| Propaganda enemiga y literatura cubana en Guadalajara... ¿Le pondría el Ministerio de Cultura el cascabel al gato? |
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| por RAFAEL E. SAUMELL, Texas |
Parte 1 / 3 |
La inauguración de la Feria del Libro en Guadalajara y los debates, artículos y controversias que suscita, me han llevado a recordar un suceso muy importante en mi vida. El 14 de octubre de 1981, en horas de la mañana, un grupo de policías se apareció en mi hoy perdida casa de Marianao con una orden de registro. Buscaban, según el documento judicial, pruebas de que yo poseía materiales pornográficos y documentos clasificados como "Propaganda Enemiga".
Durante los primeros momentos no podía imaginar de dónde podría haber salido semejante acusación. Mi familia y yo, aturdidos y asustados por tener que lidiar con los agentes represivos, a los cuales se unieron pronto dos testigos del Comité de Defensa de la Revolución (CDR), no acabábamos de comprender en qué consistía la trama montada contra mí y que empezaba en nuestra casa.
Registraron cada rincón de la sala, los cuartos, el comedor, la cocina. Finalmente se dedicaron a escudriñar mi biblioteca. El hallazgo más importante que hicieron fue un grupo de cuentos que yo había venido escribiendo durante los últimos meses, muchos de los cuales tenían como asunto el entonces reciente episodio de la embajada del Perú y el éxodo del Mariel.
Al concluir su trabajo y después de tomar las fotos de rigor, los guardias me anunciaron que debía acompañarlos a la estación policial donde tendrían una conversación conmigo. Regresaría, le dijeron a Manena —entonces mi esposa—, unas horas más tarde. Antes de marcharme, me dieron la oportunidad de abrazar y de besar a mis hijos: el menor tenía apenas dos meses de nacido y el mayor iba por los seis años de edad. A éste le ordené que no se preocupara y que estuviera seguro de que su padre no había cometido ningún delito por el cual sentirse apenado. Es más, abusé de su comprensión y le lancé este comentario: "la Constitución de este país está basada en el respeto a la dignidad del hombre". Al terminar de oírme, el oficial que había dirigido el asalto replicó: "Sí, eso es lo que tú piensas". Caminamos hacia el auto, me sentaron en la parte trasera debidamente escoltado y me condujeron hasta la unidad de la Policía Nacional ubicada en las cercanías del Hospital Militar Carlos J. Finlay, frente a la famosa escuela Ciudad Libertad.
Al cabo de varias horas apareció un oficial uniformado del Departamento de Seguridad del Estado, quien se convirtió por razones obvias en uno de mis lectores, por cierto, uno de los más peligrosos que se pueda concebir. Concluyó que mis textos eran contrarrevolucionarios y ordenó que me trasladaran a la antigua Villa Marista, sede del Órgano de Instrucción de la policía política. Allí tuve que vestir el uniforme de los detenidos, fui sometido a interrogatorios por varias semanas y me instruyeron del cargo de "Propaganda Enemiga" (artículo 108-1 del Código Penal de 1979). El fiscal de la Sala de los Delitos contra la Seguridad del Estado ordenó mi reclusión preventiva. Por ese motivo, me mandaron a la prisión de La Cabaña, donde tenía que esperar la celebración del juicio. En todo ese tiempo no tuve acceso a ningún abogado defensor, ni se me dio información acerca de mis derechos. En realidad no los tenía.
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