Guadalajara y los asnos sin garras |
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por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami |
Parte 2 / 3 |
¿Pudo alguien decirle a Jimmy Carter que por cuatro años fue el representante de un gobierno imperialista? ¿Fue posible recordarle al Papa los crímenes cometidos por la Inquisición? Si en algún momento, durante el castrismo, un presidente norteamericano llega a viajar a Cuba, ¿aparecerá un cartel que diga Yanqui Go Home?
Nada de esto es posible. Por lo tanto, cualquiera que apoye un acto de la revolución cubana, en cualquier lugar del mundo, debe tener bien claro que su papel se limita a hacer de monigote. No importa cuáles sean sus intenciones, su ingenuidad o los motivos para su rechazo a las injusticias emanadas de la globalización, el nuevo orden mundial o el capitalismo.
Esta es una de las diferencias fundamentales que separan al castrismo de las imperfectas sociedades democráticas. El derecho a protestar de forma espontánea —con razón o sin ella— sobre cualquier cosa. No importa si la protesta es efectiva o no, si logra ser oída o quien la expresa se limita al papel de payaso. El derecho es a protestar sin ser dirigido. La opción es equivocarse o acertar. La posibilidad es la de manifestar una opinión propia. La diferencia no es gritar, aplaudir o saludar: La diferencia es poder hacerlo con voz propia. Lo demás es un problema de educación, respeto o salvajismo. En todo caso, siempre es preferible un salvaje espontáneo que un cortesano amable.
En Guadalajara no hay cabida para la espontaneidad si se trata de apoyar a Castro. Nada diferencia a los cultos de los maleducados. Títeres con distintos disfraces, a los que mueve un mismo hilo.
¿Quién se atreve a afirmar a estas alturas que se trata de un evento cultural donde sólo está en juego la calidad literaria o la difusión de las obras? No este año. No cuando Cuba —o mejor dicho, la realidad cubana desvirtuada que es el régimen castrista— está presente, de forma dominante y tratando de avasallar a los opositores.
Los escritores y artistas de la Isla, o los pocos residentes en el exterior que forman parte de las actividades oficiales de la delegación cubana, deberían sentir una profunda vergüenza por lo ocurrido durante la presentación de la revista Letras Libres: un saludable rechazo por quienes ensuciaron el acto. Si no lo sienten, es porque ellos están sucios también. No deben olvidar que a los ojos del régimen no hay diferencia alguna entre un perturbador que obedece a sus propósitos y un creador interesado en la difusión de su obra. Castro es quien se abroga del derecho de dictaminar sobre qué protestar, cómo y cuándo hacerlo. El precio de ser invitado en nombre de La Habana —¿no sabían los organizadores mexicanos (que parecen desconocer la obra de Octavio Paz) que los cubanos tienen dos patrias: Cuba y la noche, sólo que Castro ha convertido la noche en una "noche triste"?— es convertirse en monigote.
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