Alta crece la hierba |
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por RAúL RIVERO, La Habana |
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Al mediodía lo vi (o creí verlo) bajo unos árboles en la calle G. Lo llamé por su nombre, pero no se volvió. O no era él.
Por la noche, este sábado por la noche, mientras leía dos poemas inéditos de Rubén Darío, sonó el timbre del teléfono y escuché con claridad su voz que decía una, dos veces: albatros.
Esa era la palabra llave de los ochenta. Él, Norberto Fuentes y yo la habíamos elegido para pedirnos y, desde luego, darnos el auxilio espiritual en esa época.
Era un procedimiento sencillo. Cualquiera de los tres que estuviera al borde del soneto, depresivo, fatal, pálido y grave, podía llamar a los otros, decir la contraseña y sentarse a esperar la llegada de una paramédico del alma.
Sobrevivimos una eternidad con esos remedios caseros. A veces se hacían trampas y, sólo por la alegría de encontrarnos, se lanzaba la alarma y entonces se decían poemas y se escuchaba aquel LP del Benny Moré donde cantaba "Oh, oh vida", y otra canción en la que el coro dice el estribillo en latín.
Pero era él. Esa alucinación del mediodía lo confirmaba. Además, en el instante que recibí la llamada me había detenido en estos dos versos de Darío: "Hay bruma. El sol, opaco y tristemente austero/ como si algún amigo le pidiera dinero".
Tenía que ir y fui. El domingo entré al cementerio en cuanto abrieron sus portones.
Estuve, primero, en la tumba de Julián del Casal, paralizado frente a la gran cadena de hierro que condena la escalera que se acaba en el nicho.
Caminé después a la derecha, casi hasta la calle Zapata, porque allí, paralela a esa avenida, está enseguida José Lezama Lima en el panteón de su familia, con su padre el militar.
Todavía —gris, invisible y hecho polvo callado— sigue convencido de que nacer aquí es una fiesta innombrable, según leía en una cinta de mármol que pusieron.
Y más allá, en esa misma calle estrecha, en la vecindad del sosiego y la poesía, aparece Eliseo Diego en su pequeña pieza blanca.
Ahí me quedo, bajo el sol de noviembre, tranquilo y en silencio mucho tiempo, para que sepa que cumplí con su reclamo.
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