Martes, 26 noviembre 2002 Año III. Edición 502 IMAGENES PORTADA
Cultura
Paéz a la deriva

por RAúL RIVERO, La Habana  
De izquierda a derecha: Manuel Díaz Martínez, Roberto
Branly, César López, Lezama Lima, Armando Álvarez
Bravo, Fayad Jamís y Onelio Jorge Cardoso. Falta Páez

No voy a conocer, ahora lo sé, su nombre de pila, ni otros datos elementales de su vida. Era un poeta, un ensayista, un erudito que en los años setenta recorría Cuba y todos sus talleres literarios.

Manolo Díaz Martínez fue quien primero me habló de él. Lo citaba a toda hora, lo hacía sentar a nuestras mesas unánimes de entonces y una especie de jaula de silencio y abandono rodeaba de repente el espacio del hombre.

A veces, lo confieso, me molestaba un poco la dependencia que tenía Manolo de aquel tipo.

Una tarde, en Bayamo, el poeta de Vivir es eso y yo estuvimos a punto de cerrar nuestra amistad por culpa de Paéz, el misterioso, el omnipresente, el tenue, el movedizo, el sabio que para cada asunto tenía una opinión y unas conclusiones irrebatibles.

"Las traslúcidas manos del judío/ labran en la penumbra los cristales/ y la tarde que muere es miedo y frío".

Eso es de Borges, dijo Rafael Alcides y volvió a sumergirse en una naranja que tenía en la mano.

Sí, es un texto de Borges dedicado a Spinoza, afirmó Lichy Diego, que se tomaba el ostión número doce de la mañana.

Qué va, rugió desde su silla Manolo Díaz Martínez con sus erres pluviales, dice Paéz que eso lo escribió, hacia 1942, Andrés Reginaldo, un poeta portugués que se suicidó dos años después porque su mujer lo engañaba.

Y punto final.

Yo había copiado el poema y cuando traté de argumentar frente a Manolo, el poeta se puso de pie y repitió: lo dijo Paéz, no tengo nada más que hablar. Recogió su sombrero de paño y partió rumbo al bar.

Ninguno de nosotros conocía personalmente al sujeto. Una vez Manolo lo señaló cuando pasaba lejos, por la costa, con unas muchachas, en la playa de Bailén, allá en Pinar del Río.

En otra oportunidad entramos a un restaurante y el hombre acababa de salir, pero dejó ordenada la cena de Manolo con una recomendación especial para el puré de San Germán.

Supimos que nuestro amigo se vestía según las indicaciones de Paéz y que los libros que leía eran seleccionados rigurosamente por aquella sombra tenaz.

Después que Manolo salió al exilio nadie ha vuelto a saber de Paéz. Se comentó que había viajado a México como psicólogo de unos luchadores y que vive ahora en Guadalajara o Hermosillo, donde trata de organizar talleres literarios.

Otros opinan que permanece en Cuba —discreto y distante—, envuelto en los avatares de la vida, municipio a municipio, escritor a escritor, en el empeño de convertirnos en el país más culto del mundo.

¿Qué pensará Paéz de esta nota? No importa. Ya Manolo Díaz Martínez es libre.


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