Viernes, 15 noviembre 2002 Año III. Edición 495 IMAGENES PORTADA
Cultura
La industria del acercamiento

¿Cómo el Ministerio de Cultura intenta neutralizar a la intelectualidad exiliada o disidente? El artista-funcionario: un jaque al descubierto del nuevo oficialismo cultural.
por ARMANDO AñEL, Madrid Parte 1 / 3
Abel Prieto
Ministro de Cultura Prieto.
¿Supervivencia o nueva política
'revolucionaria'?

A medio camino entre la comedia y el melodrama, el poscastrismo —entendido como epílogo en el que, parafraseando a Góngora, Fidel Castro no es siquiera la sombra de sí mismo y sus lugartenientes marchan de capa caída tras la carroza en que se escenifica su desmerengamiento— contagia su pataleo a la oficialidad cultural cubana, o a lo que ha dado en llamarse "política cultural de la revolución", a la manera en que un enfermo terminal exigiría a su confidente que le bailase La Macarena. Un confidente expectante, sobresaltado, al que no van a pasarle gato por liebre: en última instancia poscastrismo y transición son casi sinónimos, y a las transiciones, razona, no queda más remedio que acomodarse.

En momentos en que la diáspora adquiere un decisivo protagonismo en cuanto a representatividad cultural se refiere —los signos de su expansión son cada vez más visibles—, en que el Coma-andante no tiene quien le llame, en que las tensiones de una nación artificialmente dividida amenazan desgarrar la camisa de fuerza impuesta por el régimen, en que, por añadidura, la geopolítica del 11 de septiembre —en el caso cubano matizada por una administración republicana que hasta cierto punto debe a Miami su ascenso al poder— pone patas arriba las tradicionales políticas del castrismo, la UNEAC y el Ministerio de Cultura encabezado por Abel Prieto se rasgan dulcemente las vestiduras. Se trata de cierta estrategia dirigida a seducir a la opinión pública con los cantos de sirena de una tolerancia anémica, que evoluciona a paso de tortuga porque, ya se sabe, "Cuba está en guerra y el enemigo es poderoso". En el plan de sobrevivencia diseñado por los rectores del oficialismo cultural cubano, no hay avenida principal. Sólo atajos llamados a converger (a toda costa) en un punto: aquel que le permita a sus autores perdurar como clase.

Una de las tácticas que últimamente pone en práctica dicha elite es la de propiciar, si no el apoyo en bloque o la colaboración palmaria de la intelectualidad exiliada —por obvias razones—, ciertos tanteos que desemboquen, paulatinamente, en un "mutuo acercamiento". Desde tan escarpada atalaya el artista-funcionario mata dos pájaros de un tiro. Por un lado desvía el fuego que sistemáticamente abre la diáspora cultural, y que deteriora la imagen del sistema que le garantiza abolengo; por el otro divide a la intelectualidad "exterior" en dos segmentos claramente definidos y contrapuestos: uno que mantiene contactos y hace buenas migas con las instituciones y comisionados oficiales (en estos casos se soslayan las razones puntuales por las que dichos escritores y artistas abandonaron el país), y otro compuesto por resentidos, extremistas renuentes que, según la visión propagada por el oficialismo y sus herederos, "no creen en nada ni en nadie". Probablemente ambas versiones sirvan al Gobierno de Fidel Castro de coartada doméstica; en última instancia éste puede jactarse de que la mayoría del exilio "económico" permanece vinculado a la "revolución". Con semejantes truenos, a quienes viven un exilio interior que constantemente pone a prueba sus capacidades psíquicas y físicas, ya pueden deseársele dulces sueños.

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