Jueves, 17 octubre 2002 Año III. Edición 474 IMAGENES PORTADA
Cultura
El puente de la cuerda floja

La nueva política cultural del régimen ha neutralizado a numerosos escritores, tanto de la Isla como del exilio. ¿Qué factores garantizan su éxito?
por JORGE A. POMAR, Colonia Parte 1 / 4
Cuerda floja

En los albores del período romántico de la revolución cubana (1959-1970), tres autores cubanos ya difuntos expresaron con lapidarias frases sus aprensiones sobre el advenimiento de un sistema en que "el Estado sería poesía y la poesía sería Estado". Uno de ellos se llamaba Oscar Hurtado y, al escuchar en un corro de literatos a uno de los presentes manifestar su esperanza de que por fin el Estado se acordara de los poetas, acotó sin o con mala leche que tal vez lo mejor sería que las nuevas autoridades tampoco se ocuparan de los escritores. Años más tarde el segundo, un tembloroso Virgilio Piñera sobre el cual pesaba el estigma de la homosexualidad, pidió la palabra en el cónclave donde se estaba institucionalizando justamente lo que más temía el primero, y dijo algo así como "sólo sé que tengo miedo". Al tercero, Heberto Padilla, se le ocurrió poner sus dudas en blanco y negro en un poemario titulado Fuera de juego, y experimentó en carne propia, hasta el fin de sus días, por qué había que tener miedo cuando el Estado se ocupa más de la cuenta de la suerte de los escritores.

Más de 40 años después de la suspicacia de Oscar Hurtado, el Estado castrista sigue velando de cerca por la suerte de sus escritores y artistas, aunque ahora de una manera no tan severa como la que arruinó para siempre las vidas privadas de Virgilio Piñera y Heberto Padilla. La moderada (y ya trunca) apertura económica que vive la Isla desde principios de la década anterior, tiene su correlato en un discreto relajamiento en la superestructura cultural. Hoy se escribe en Cuba una literatura menos comprometida con la línea oficial. Pero hasta el momento, pese a la insistencia oficial en sentido contrario, las obras consideradas hipercríticas —entendiéndose por tales cualquier texto literario con un mensaje desfavorable al régimen— sólo ven la luz en el extranjero.

Dentro de la Isla, los libros de los autores malditos del exilio están condenados a la ya tradicional circulación de mano en mano de un puñado de ejemplares introducidos de contrabando. Si bien por puro diversionismo literario se insertan poemas, cuentos o ensayos de escritores contestatarios del exilio en antologías oficiales con el fin de descaracterizarlos. Esta habilidad llega al refinamiento maquiavélico cuando se desempolvan textos que reflejan la identificación de un autor exiliado con el régimen en los primeros años de la revolución. Otro recurso por el estilo es esa ya usual manifestación de necrofilia literaria consistente en reivindicar post mortem a autores repudiados en vida, como ocurre con Severo Sarduy, Virgilio Piñera y Gastón Baquero.

No obstante, hay que admitir que las nuevas reglas de juego impuestas por la dirección de la UNEAC y el Ministerio de Cultura han conseguido neutralizar a un gran número de escritores del exilio y de la Isla, frenando el éxodo de estos últimos por medio de un conjunto de medidas pragmáticas, de gran efectividad, resumidas a continuación:

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