| El milagroso laurel |
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| Con ayuda de un espejo y a la sagrada sombra de este árbol, se adivinan pasado y presente, y se predice el futuro. |
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| por NATALIA BOLíVAR, La Habana |
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Habitáculo de orishas, egguns y nfumbes, el laurel es fundamental para los mayomberos padres y madres, y para los iniciados en la Regla de Ocha; en sus ramas, tronco y raíces viven espíritus de todo tipo. Los buenos mayomberos dicen: "Debajo del laurel, yo tengo mi confianza", lo cual significa: "Cualquier obra que se haga en las raíces del laurel dará siempre buenos resultados". Algunos padres y madres, sobre todo los más viejos, ponen entre sus raíces un pedazo de espejo: el vititi. Con éste y a la sagrada sombra del laurel, adivinan el pasado y presente de una persona, y vaticinan su futuro. Antiguamente, cuando se "rayaba" a un padre, éste dormía bajo el laurel durante siete días. Ello no sólo representaba una prueba, pues la persona recibía también todo el poder de las fuerzas concentradas en este árbol mágico, llamado Igginile itiri, en lucumí, y Ocereké en congo.
Pattaki del laurel
En la copa de un laurel y acompañado de los demás orishas se encontraba charlando un atardecer Changó, dueño absoluto de este frondoso árbol. De pronto vio que se acercaba sigiloso un hombre, quejumbroso por su constante adoración a las veneradas deidades, pues, cumpliendo con ellas, lo habían traicionado dejándolo ciego. El viento movía las hojas en un murmullo silbante, entrecortado por los cantos de una lechuza. Changó pidió silencio y se puso a escuchar todo lo que el buen hombre tenía que decir: "¡Ay Babá, ay Yemayá, ay Ochún, ay Changó que todo lo puedes; ay Elegguá, que olvidaste ese día velar por tu hijo; ay Egguns y Ayés, ay todos! ¿Por qué me han quitado la vista?".
Dirigiéndose a Orula, Changó pidió que sacara su tablero para investigar en qué había fallado el pobre hombre, mientras que Yemayá y Ochún le susurraban al oído un canto para calmarlo y adormecerlo.
Orula moyugbó a los cuatro puntos cardinales e hizo un rezo especial a Babá. Le vino el oddún Oché Meyi y no entendió por qué le había atacado los ojos. Despertaron al hombre y le explicaron lo que habían hecho mientras él dormía, ya que todos ellos querían ayudarlo. El hombre, al conocer quienes estaban delante, se tiró en la tierra besándola y pidiéndoles la bendición. Muy triste confesó que había pecado, esclavizándose a los placeres de la tierra sin querer reconocerlo, y pidió humildemente el perdón.
El hombre que se tiraba ante los orishas era Babalú Ayé, que había perdido la vista y estaba cubierto de llagas. Los awós de la tierra donde vivía lo habían expulsado y él, desesperado, había perdido la noción de todo.
Changó no lo había reconocido y, al enterarse de su desobediencia, pidió al gran brujo Oggún y a Osain que hicieran un cocimiento con las hojas y las raíces del laurel, y se lo fueran frotando suavemente en los ojos, hasta que él llamara a la lluvia para que limpiara con su agua purificadora todo lo malo que había hecho Babalú y de lo cual ya estaba arrepentido. Vino un gran aguacero y Babalú se fue depurando. De pronto salió el sol y vio la vegetación, el majestuoso laurel, a los orishas y a su hermano Changó, con quien se abrazó y juntos lloraron de felicidad. Es por eso que en el laurel se pide y los orishas, atentos a sus hijos, los ayudan a desenvolverse.
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