Lunes, 14 octubre 2002 Año III. Edición 471 IMAGENES PORTADA
Cultura
Caídos del cielo

El proyecto Academia Latina de Arte Dramático de California escenifica, cuerpo a cuerpo con los espectadores, Los Ángeles de MacArthur Park.
por ESTHER MARíA HERNáNDEZ, Los Ángeles  
MacArthur Park
MacArthur Park, Los Ángeles. Actores

En la Era del Disco, Donna Summer cantaba a un parque, MacArthur Park, que se disolvía en las sombras —melting in the dark— como un pastel dejado en la lluvia. Y su voz se multiplicaba en lo que creíamos acorde festivo y era, en realidad, lamento final: "nunca tendré de nuevo esa receta".

Y así es: en una zona que todavía forma parte del corazón plural y disperso de una ciudad inmensa, hoy el parque McArthur se desliza lento, con el abandono del pastel bajo la lluvia. El sitio se ha convertido en refugio, "centro de operaciones" y tránsito obligado de una variopinta fauna de desheredados: mendigos, drogadictos, prostitutas, traficantes, lunáticos, travestís, pandilleros. Una "corte de los milagros" que cotidianamente representa pequeños y grandes dramas entre los bancos y bajo los árboles. Tableau vivant del desamparo que nos negamos a presenciar pasando de largo, apresurándonos, volviendo la cabeza.

A pocas cuadras, un grupo de jóvenes ha comenzado a entrenarse en antiguos misterios: aprenden a ser actores. La arbitrariedad de las clasificaciones, sin las cuales el norteamericano se extravía, les sitúa en el escaño de los "latinos"; pero cada quien allí trae consigo referencias múltiples que recorren la geografía suramericana, desde Argentina hasta México. Subidos a la ola clasificatoria, han bautizado su proyecto como Academia Latina de Arte Dramático de California y, alentados por su maestro, el actor y director cubano Jorge Folgueira, han acudido al parque a ejercitar la habilidad primera del actor: observar al otro, estudiarle la circunstancia, inventarle la historia, hacerlo personaje.

Así ha nacido Los Ángeles de MacArthur Park, el espectáculo que, a modo de ejercicio final del primer año de aprendizaje, el grupo ha escenificado en diversas sedes de la ciudad. Una de las presentaciones, particularmente retadora, fue la que pude ver sentada en la hierba, bajo el sol californiano de un sábado de verano. Esta vez, instalados en el "lugar de los hechos", los estudiantes tenían la tarea de trasponer la cuarta pared que la convención les aseguró en los escenarios e interactuar con el público del mismo parque McArthur, a fin de probar la verosimilitud de sus creaciones escénicas y, al mismo tiempo, constatar su flexibilidad potencial, su eficacia, su capacidad de improvisación ante la circunstancia real.

Un personaje es una máscara, una coraza contra el miedo o la vergüenza. Desde tal impunidad, los actores asumieron el desafío de confundirse entre transeúntes de un sitio donde las interacciones responden a códigos sabidos y trillados. La ilusión, entonces, debía favorecer la identificación sin barreras y, al mismo tiempo, superar el simple mimetismo para trascender como criatura. Y tanto fue así que no pocos habituales del parque se ocultaron del personaje del policía o hicieron veladas ofertas al vendedor de documentos falsos; algunos dudaron de los presagios de la gitana impostora o retaron a un partido al futbolista tonto. Tanto Malena, el personaje de la famélica prostituta, como Alelí, el travestido provocador, recibieron oscuras invitaciones, regalos, regateos.

Simultáneamente, a espaldas del lago se sucedían las escenas de la obra, en catorce cuadros que transitan del humor a la locura, pasando por la compasión, los trances y malabarismos de la supervivencia, los amores difíciles, la violencia, la memoria, la poesía. Cada actor ofreció la trama delicada de su búsqueda en una demostración que rebasó con creces la caricatura para llegar a la veracidad estilizada, a la humanidad reflejada en el artificio, al arte.

Aprendices entusiastas, una experiencia como ésta les llenó de preguntas que rondan los nexos entre la ficción y la vida, entre la chatura aparente de la realidad y su latente provisión de conflictos e historias. Situados más allá de las fronteras del espacio convencional, aquello que imitan les acoge y perturba. Conocen la maravilla de hacer arte sobre un universo aparentemente estéril que, en cambio, les responde vehemente.

El pastel, ya se sabe, nunca volverá a ser el mismo —"la receta se ha perdido"—, pero experiencias de este tipo le devuelven al parque algo de su antiguo sabor: los nuevos actores conocen la angustia del que crea, la inquietud de quien se sabe poseedor de un secreto. Y los ángeles caídos se acercan a los colores extraviados de la belleza.


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