Lunes, 14 octubre 2002 Año III. Edición 471 IMAGENES PORTADA
Cultura
El álamo

Con las hojas de este árbol se adornan los tronos de Changó y en su batea se le ponen como un gran manto.
por NATALIA BOLíVAR, La Habana  
Álamo

El álamo es otro de los árboles sagrados de Cuba. En lengua lucumí se le llama Ofá, Abaila, Iggolé Ikinyenyo, y en congo Mánlofo.

Se trata de un frondoso árbol con diversas gamas de verdes en sus hojas, y es el más querido del orisha Changó, tanto que se usa en su omiero, y también en el asiento de este santo. Cuentan los ancianos que en el momento en que Changó tiene esos arranques de cólera en que todo lo destroza, se le ofrece el álamo y se apacigua con sus hojas.

Cuando Atandá [primer awó que construyó los sagrados tambores Batá. Aparece en el oddun Babá Eyiogbe] tocó los sagrados Batá, por primera vez se tañeron a la sombra de un gran álamo y con la anuencia de Changó. Con sus hojas se adornan los tronos de éste y en su batea se le ponen como un gran manto, cubriéndolo para gran satisfacción del orisha. Al carnero que se le sacrifica se le da a comer hojas de álamo, y si las come a gusto: entonces ofrece su sangre. El álamo recoge la peor de las brujerías, es depurativo y milagroso.

Pattaki del álamo y Orula

Orula vivía muy orondo de sus grandes poderes como awó; tenía una gran clientela y ganaba mucho dinero. Pero un día, estando en la manigua, empezó una tormenta de rayos terribles que no lo dejaban llegar a la casa. Asustado, le prometió a Changó un carnero si la aplacaba. Inmediatamente se hizo la claridad y Orula, contento, se fue a su casa. Por supuesto, con tanto trabajo se le olvidó la promesa.

Changó, que no perdona a los olvidadizos, esperaba y esperaba, hasta que un buen día decidió darle un escarmiento. Para ello, mandó a sus álamos a que crecieran de tal forma que taparan la entrada del ilé de Orula.

Orula comenzó a resentirse, pues no venía nadie a consultarse y no ganaba dinero. Quejumbroso se lamentaba, y su apetebbí le recordó la promesa. Enseguida se puso en función de buscar un carnero, lo sacrificó y le pidió disculpas a Changó por ser tan desmemoriado. Los tres se sentaron a la mesa, con ricos manjares; los álamos abrieron sus ramas y dejaron el camino libre. Con esto Orula aprendió que con Changó no se juega.


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