Miércoles, 31 julio 2002 Año III. Edición 421 IMAGENES PORTADA
Cultura
Message in a Bottle

Sobre la presentación en Miami de la obra de Raúl Martín, basada en 'El enano en la botella', de Abilio Estévez.
por ESTHER MARíA HERNáNDEZ, Miami  
El enano
Miami: 'El enano en la botella' (P. Portal)

Pocas veces un autor consigue la metáfora perfecta, la imagen ideal que pueda sostener el universo de la obra. Abilio Estévez conoció esa suerte en el momento en que escribió El enano en la botella. Gráficamente, con la simplicidad que suele acompañarla, la metáfora perfecta navega por el texto y le da sentido a todas las ideas, a todas las circunstancias, a todos los misterios.

El universo cerrado de una botella, desde cuya opaca transparencia se observa un mundo que le está vedado a su habitante, no logra impedir que éste, más allá de su lucha perenne con la asfixia, sueñe y desee, piense y se cuestione su condición. Una versión más del emblema de Segismundo, sólo que este enano preso está bien despierto y sueña sólo cuando no puede remediarlo.

La libertad, el poder, el miedo y el amor son nociones que agotan el aire viciado de la botella: ¿Por qué está el mundo cerrado así? ¿Quién otorga el derecho a encerrar? ¿Se romperá alguna vez esa prisión que nos mantiene irremediablemente sedientos, en un ahogo perpetuo, en un constante desear, reducidos a dimensiones minúsculas? Y, lo que es más dramático, ¿no será quizá confortable, seguro o preferible, administrando el aire, buscar un buen ángulo desde el cual observar el mundo, cómodamente protegidos?

En una puesta en escena que destaca por su simplicidad y su subordinación al peso del texto, Raúl Martín dibuja con economía un resumen existencial que rebasa el problema cubano para instalarse en los dilemas más profundos de la contemporaneidad: el dolor de la pérdida, las sucesivas nostalgias, las ansias de los más elementales derechos, el temor al arraigo tanto como al desarraigo. Preguntas que buscan su respuesta en cada clave, en cada destello de luz sobre el cristal.

Y todo ello llega al público en ráfagas de poesía y humor, de emoción y reflexión dosificadas con mesura e ingenio, con la cortante ironía de quien hace gravísimas afirmaciones travestidas de piruetas filosóficas o hilarantes cavilaciones de enano.

Esencial en la consecución de tal efecto es la presencia de Grettel Trujillo, una joven actriz recién llegada a Miami, procedente del habanero Teatro de la Luna, sin la cual, probablemente, el enano no conseguiría con esa eficacia adueñarse del espacio de representación y del alma del espectador. En ella completa su círculo la afortunada metáfora de Estévez —el teatro es el actor, dicen los viejos maestros.

La Trujillo posee una bellísima voz, conocedora de registros e intenciones. Una voz que puede traspasar con soltura el vidrio engañoso de la botella y transmitir la angustia de su personaje. Su gestualidad, el cuerpo torpe y ágil del que ha buscado todas y cada una de las salidas, el ademán que cierra cada intento, nos comunican con lo risible y lo terrible de una condición prolongada y absurda. Y en los ojos de la actriz, en la mirada alucinada del enano, pueden habitar toda la astucia, todo el amor y todo el desconsuelo.

Voz, cuerpo y mirada se las arreglan para describir un universo pequeño e infinito, para recorrer las gradaciones de la desesperación y la claustrofobia, del miedo, la ansiedad y la duda. Tocan el vidrio y nos permiten recorrer su fría solidez. Pero lo consiguen, además, con la intensidad de una llama, brillando en el riesgo de la inteligencia, titilando en el borde de la lucidez y la confusión, iluminando el cristal con la temblorosa calidez del que se sabe con luz y se resiste a ser apagado.

Así, no sólo se asiste al privilegio de escuchar un texto memorable: Grettel Trujillo lo enriquece con una creación actoral que remueve en el espectador la memoria de tanta emoción compartida, y revela con maestría nuestra terrible condición enana, nuestro fuego vivo detrás del vidrio.


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