| Carne de broma |
|
| Convertido en su propia caricatura, el régimen apenas tolera un humor enlatado, desconectado de la realidad. |
 |
| por VíCTOR MANUEL DOMíNGUEZ, Santiago de Cuba |
|
La subvaloración del género humorístico en la Isla —género que cuestiona un sistema dedicado a ocultar, de forma oficial, sus más íntimas tribulaciones— pierde cada día mayor cantidad de adeptos a partir de la profundización teórica en una manifestación que es deudora del vernáculo cubano.
El temor al contagio de una risa provocada por los ingredientes de nuestro desastre social y político, por la incursión jocosa y desacralizadora en un contexto sumido en la doble moral y el estresante bombardeo ideológico (contexto necesitado de escuchar verdades, aunque sea en jarana), constituye la principal causa de que algunos personeros prejuiciados califiquen como subvertidores y vulgares los mecanismos de un género de amplia demanda popular.
Los funcionarios de las instituciones oficiales, amparados en el control que ejercen sobre todo los medios de comunicación del país, prefieren relegar a determinados y reducidos espacios este humor de la realidad circundante y sus interioridades, promoviendo a nivel nacional una modalidad enlatada y anodina del género, sin puntos de contacto con nuestra picaresca natural.
El reiterado anuncio de la crisis del humor en Cuba —que olvida intencionadamente los tropiezos impuestos por la censura— es una fórmula de marginación sutil orquestada desde los centros del poder ideológico. Su objetivo es poner freno a todo despliegue crítico que ahonde más allá de lo permitido en un país con una política cultural discriminatoria.
Promover las sátiras antirrepublicanas o las ambiguas y/o directas alusiones al racismo, la mediocridad y otros desastres de pasadas épocas en boca de humoristas ya desaparecidos como Arquímedes Pous, Enrique Santiesteban y Aníbal de Mar —por sólo citar algunos ejemplos—, rechazar las incursiones en similares temas de la actualidad nacional por actores contemporáneos de la talla de Osvaldo Doimeadios o Ulises Toirac, etcétera, demuestra el grado de intolerancia de quienes se consideran adalides de la libertad de expresión mientras ejecutan una sórdida tarea inquisitorial contra supuestos desvíos ideológicos en el género.
Si el humor en Cuba "hace sentir hondos pesares", como plantean algunos en los diferentes debates que se realizan a lo largo y ancho de la Isla, no es a causa de su bajo perfil cualitativo en las diversas categorías —unipersonales, sketch, guión, pantomima, parodias...—, sino a la intolerancia y el resquemor de las autoridades. El género, que además de las categorías antes señaladas está dividido —¿institucionalmente?— en chistes para cabaret, teatros, televisión y radio, de acuerdo al tono, el tema y la forma interpretativa a la hora de abordar el desenmascaramiento de individualidades o colectivos, goza de un excelente nivel e incluso se atreve a ahondar en zonas peligrosas para cualquiera que intente perdurar en la Isla de la eterna batalla contra todo.
En lugar de frenar el constante ascenso del género y su capacidad de denuncia, las restricciones, los señalamientos y algunos hechos de abierta agresividad y devaluación de productos humorísticos considerados hipercríticos por parte del Gobierno, acabarán siendo —en esta época de desmoronamientos conceptuales y éticos— carne de broma, surtidor contra el desamparo.
|
