Viaje a La Rioja |
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por RAúL RIVERO, La Habana |
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Acabo de no ir otra vez a España. Ahora a donde no llegué fue a Logroño, a las Jornadas de Poesía de mayo.
Soy uno de los ciudadanos del mundo que más ha dejado de ir a España. Allí publico mis libros y mis artículos, allí me estaba esperando Jesús Díaz para darme un recado.
En esta oportunidad, de paso por Madrid, en el mismo aeropuerto de Barajas, no pude abrazar a Pablo, ni a Claudia, ni a Manuel.
Así es que, en Logroño, en la calle Capitán Cortés, cerca de la librería, ni vi a Juana González Zapatero, ni al cálido José Ignacio Foronda con su hijo, ni a Alfonso Martínez Galilea con su carpeta de manuscritos.
Manolo Díaz Martínez y María Elena Cruz Varela se hospedaron exactamente al lado de mi cuarto vacío, y el gran poeta Caballero Bonald —que vivía enfrente— pasaba a desayunar cada mañana por mi puerta cerrada.
Había un poeta peruano, amigo de De las Rivas, que me traía un mensaje de Toño Cisneros desde Lima. Toño, agnóstico y de izquierda en su juventud, encontró a Dios en Budapest. Seguro quería que yo le mandara algún disco de Benny Moré.
Me tocaba leer en la Biblioteca Central de La Rioja la noche del ocho de mayo. No llovía.
Lo peor no fue la ausencia de mis versos, sino que no pude oír al mismo Javier Pérez de Escohotado, o a Martínez de Mingo o a Rosa Mojarro, que ahora vive en Málaga.
Todos están conmigo en uno de los sobres mágicos de Alfonso y que son simples Sueltos de la selva profunda.
En el café Bretón, que está, como se sabe ya en esta América, en el número 32 de la calle Bretón de los Herreros, no tuve chance de presentarme a mí mismo —con el cinismo y la obscenidad que caracteriza a los autores—, y tampoco pude probar el jamón de pato, la especialidad de la casa.
Aunque la sala del Ateneo riojano estaba llena, las últimas muchachas que llegaron seguramente escucharon los poemas de Desiderio C. Morga y de Paulino Lorenzo.
Al salir al aire fresco de la calle Muro de Cervantes, yo hubiera regresado al hotel o a la casa de Araceli a repasar las crónicas de Massip o a las aventuras de One, una noche en París, otra en Bruselas y el domingo en San Asencio, pero siempre con el deseo de que en alguna autopista de Europa un letrero lumínico le anuncie: Pinar del Río–12 kilómetros.
Sí. Ésta es una leve reseña del viaje a Logroño que me prohibió el Gobierno Revolucionario de la Isla.
Las Jornadas de Poesía en español van a continuar todos los años. La poesía también porque ella es el ámbito natural del hombre libre y porque siempre habrá más poesía que vida.
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