Viernes, 29 marzo 2002 Año III. Edición 333 IMAGENES PORTADA
Cultura
El regreso de Guillén Landrián

'Inside Downtown': el retorno de un cineasta secuestrado por el ICAIC.
por ALEJANDRO RíOS, Miami Parte 1 / 2
Guillén Landrián
Guillén Landrián. 30 años alejado del cine (P. Portal)

Es tal vez el único cineasta cubano maldito, contestatario, irreverente, con años en prisión, acusado de ser agente de la CIA y de conspirar para matar a Fidel Castro.

Es, según la opinión de no pocos entendidos en la materia, el mejor documentalista cubano de todos los tiempos, con perdón del ya desaparecido decano Santiago Álvarez, a quien mucho influyera, según han confesado discretamente cercanos colaboradores.

Luego de 30 años sin dedicarse a los avatares del cine, Nicolás Guillén Landrián (Camagüey, 1938), estrenó en el centro de estudios superiores Miami-Dade Community College, como parte del Ciclo de Cine Cubano, el documental Inside Downtown, producido por Jorge Egusquiza Zorrilla, un joven compatriota y admirador del cineasta que se ocupó de producirlo y alentar su realización.

En la función, a la que concurrieron cerca de 300 personas para ver de cerca a un creador legendario también en los campos de la pintura y la poesía, se proyectó, igualmente, el clásico Coffea Arábiga (1968), un trabajo por encargo —sobre la siembra del café en el llamado Cordón de La Habana— que le diera el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) luego de su primer confinamiento carcelario, a modo de redención, y que terminó colocándolo en la infidencia total cuando mostró a Castro en camino a su eterna tribuna y en la banda sonora se escuchó El tonto de la colina (Guillén escribe "el bobo" en pantalla), interpretada por los entonces prohibidos Beatles.

Pero Coffea Arábiga es mucho más que un acto de rebeldía per se. Testimonia, con una lenguaje muy adelantado a su época, la supervivencia de una idiosincrasia auténtica, casi insobornable, más allá del proyecto diabólico de disolverla en una retórica ajena y castrante.

La mesiánica idea de hacer de La Habana la cornucopia cafetalera universal, sirve de pretexto al talentoso director para martillarle al espectador adormecido que la cubanidad es algo más que consignas, disposiciones absurdas y los discursos apocalípticos de un hombre envilecido por su propia imagen.

Rostros, gestos, actitudes, miradas, imágenes subliminales y una banda sonora con toda la riqueza derivada de la cultura negra, integran un retrato fulminante del cubano y su complejo legado. Sarcasmo, doble lectura, tropología popular, terminan por signar las intenciones del director, quien no doblegó su estética ni sus concepciones ante lo comisionado por la línea oficial.

El cultivo de la belleza, como afirmó Dostoievsky, no terminó por salvar al sobrino revoltoso del "Poeta Nacional" Nicolás Guillén. Mucho menos contribuyó el cultivo de su libre albedrío, combinación fatal para la indolencia socialista. Un artista negro debía sentirse doblemente agradecido de los beneficios sociales de la revolución con los cuales fue recompensada su raza.

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