Un santuario para Babalú Ayé |
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por NATALIA BOLíVAR |
Parte 1 / 2 |
Un anciano cojo esconde un Dios,
Que cruza la muerte
Con perros congelados,
Donde nació lo prohibido.
En su armadura de lepra
Se mueve la vida perfecta.
En el pueblo de Pedro Betancourt, en Matanzas, existe un santuario para honrar a san Lázaro o Babalú Ayé, como muchos lo llaman.
"Recorriendo sus calles en la mañana ardorosa de un verano, topamos con un pequeño santuario que hacía algunos años un modesto devoto construyó con sus propias manos para el culto de san Lázaro", escribió Lydia Cabrera.
Años después, una despejada mañana de diciembre, las calles de Pedro Betancourt, con su asfalto pegadizo acabado de extender, nos adentran en los misterios de este pueblo embrujado. Pueblo de recuerdos fundidos en las piedras, en las cañas que penetran la tierra para su fecundación y regeneración, en las cercanías de las aguas sagradas de las lagunas poéticas de Pedro Betancourt o Corral Falso de Macurijes.
Hoy, con pasos parsimoniosos caminamos hasta el cementerio y atravesamos su puerta, lugar reposo de los ancestros y de los recuerdos. Allí nos espera silencioso en sus evocaciones, Chiqui Piloto, ahijado de bautismo de Julio García, quien nos condujo hasta el lugar en que se encuentra actualmente sepultado su padrino, cuyo cadáver ha sido trasladado de lugar, por temor a que alguien pueda ultrajar su sepulcro y para que pudiera descansar en paz en el eterno país de los ausentes.
Julio García era uno de los más prestigiosos mayomberos de la zona, perteneciente a la rama Yamba Cuaba. Cuentan los que lo conocieron que Julio era un mulato achinado que vivía en la más completa soledad por un maleficio que le hizo a la única hija de Dolores Ibáñez, la venerable Francisquilla, informante y gran amiga de Josefina Tarafa, a quién "le robó una guía" de su nganga.
Julio le encomendó, en 1952, al escultor Roberto Ojeda, confeccionarle una escultura de su querido san Lázaro, el Babalú Ayé de los yorubas; el Ayanu o Agróniga, Chakuana o Sakpata de los arará, gangás y congos.
Ojeda, el escultor, agbeugui del milagro, nos comentó: "Comencé a trabajar muy rápido, pues la idea me emocionó. Recuerdo que me senté ante un enorme tronco, de una de esas maderas duras de verdad, y con la gubia en mano emprendí mi tarea".
Roberto, con su mano experta, sujetó la gubia, para que el instrumento no temblara ni se partiera ante la resistente madera que moldeaba lentamente, dándole forma para transformarse en escultura, donde surge el poema al sufrimiento. Ojeda culmina su obra. La capilla se adorna. La figura de san Lázaro, Babalú, Omolú, Kobayende sudó sin parar por los poros de la madera. Esto duró tres días y se convirtió en milagro al sanar enfermos y paralíticos. Julio y Ojeda, seguidos de una mística procesión de adoradores, llevaron al san Lázaro a bautizar a la iglesia del pueblo.
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