Viernes, 10 agosto 2001 Año II. Edición 180 IMAGENES PORTADA
Raúl Rivero: Favorables
Ciclauro

El mensaje llegó del cono sur. Era amable y tenía una fragancia de libertad. "Nada personal, nada político, pero no estoy preparado para la bicicleta".

Así, mientras ardía el Período Especial, atizado por el verano de 1993, se despidió de su empresa, de su ciudad, de su país, un funcionario eficaz que hasta ese momento cumplía, como se dice aquí, una importante misión en el extranjero.

Se negaba, mediante aquella esquela, a convertirse en un ciclauro, esa aparición mitológica que puede verse hoy en campos y ciudades. Un cortejo de seres en equilibrio, mitad hombre y mitad bicicleta, que van hacia algún lugar.

Se había orientado, por las siempre alertas autoridades nacionales, que el ciclo sería el vehículo natural para el pueblo de ahora en adelante. Ellas se mantendrían en los autos de lujo para supervisar la operación y poner en marcha de inmediato las fábricas criollas de bicicletas y las complicadas operaciones internacionales para importar grandes cantidades.

La gente comenzó a sacar de los sótanos y buhardillas las viejas Niágaras, Toppers y Columbias y a remendarlas con caballos y guardafangos rusos.

La prensa oficial inició por esos días una vigorosa campaña sobre los beneficios ecológicos del aparato y su repercusión en la salud humana. Se acabarían los obesos en Cuba y nos haríamos ricos si se pudiera embotellar el aire de la República y exportarlo a México, Londres y Nueva York, por ejemplo.

Se nos comparó con Holanda. Por algo esos personajes con un Mercedes Benz en el garaje, van en bici a sus oficinas. Ellos saben. A la lista enorme de dominios donde tenemos ventaja sobre América Latina, se añadió de pronto otro: somos el país que más monta bicicleta en este continente y quizás en el mundo. El pedaleo por habitante es superior al de la mayoría de las naciones desarrolladas.

Poco después salieron a la calle nuestras primeras bicicletas. Pesadas y romas, con un verdugón aquí y una ñañara por allá, pero de todos modos un estímulo para los trabajadores destacados y las personas disciplinadas.

Desde luego, el arribo de los equipos de la república Popular China causó furor, sobre todo en los medios y la nomenclatura. Qué colores, qué terminación, qué ligereza, qué consistencia. Corrió el rumor de que en tiempos de guerra cualquiera de esas aparentemente frágiles bicicletas podría transportar una ametralladora o un lanzacohetes.

Lo mejor venía después y a manera de inscripción en el mismo caballo del ciclo. Las bicicletas llegaron a Cuba para quedarse, decía, desde el principio, una consigna gubernamental. Las chinas tienen grabado en su estructura el inquietante nombre de su marca de fábrica: for ever.

Vinieron después de aquel jolgorio sobre dos ruedas otros ciclauros más elaborados. Son los miles de bici taxis que ruedan por las calles, entre baches y socavones, ingenios de tres ruedas con un radio animado por una batería de auto, el techo que anuncia la cerveza Cristal y un cubano sudoroso que tuvo que prepararse para la bicicleta.


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