Martes, 16 octubre 2001 Año II. Edición 214 IMAGENES PORTADA
Natalia Bolívar: Muanas
Oche Melli

Oche Melli

Desde su morada intemporal en el espacio infinito, Olofi observaba su tierra escogida, sus aldeas, su pueblo yoruba, veía como se entregaban a febriles y estériles luchas tribales, olvidando y renegando su omnipotencia, su omnipresencia y acogían nuevas creencias, olvidándose de sus cultos ancestrales y rindiéndose al encuentro de vertientes multifacéticas. Con su voz de matices indefinidos, llamó a Orula para que atefara, con su tablero y sus ikines, en esta tierra tan amada y salió el oddún: Oché Melli, condenándolos a la esclavitud, al éxodo masivo a tierras desconocidas, de climas variados, de océanos misteriosos. Olokun, desde sus profundidades, implacable dictó su sentencia de 500 años en el tiempo:

"Por la decadencia ética y moral de su pueblo, de su imperio, llevarán bajo el peso de las cadenas y grilletes, la diáspora de mi religión, su música, sus comidas, su lengua y formarán parte, como hilo primordial de los diferentes dioses, de los pueblos primitivos y su actitud defensiva; mantendrán sus preceptos religiosos y sobre todo la añoranza del regreso".

Ochún, que apenada oía las sentencias y con la gracia de sus encantos, con su miel que da el dulzor a geniecillo alados del amor al encuentro de sus matices, de ríos y riquezas, se postró ante Olofi y Orula, le rindió moforibale y conmovida le cantó en un susurro:

Baba Alaye o Baba Alayeo
Baba Pewueo Obi Eyo Araye o;
Okuni Bamba.
(Te suplico me dejes acompañar a tus hijos,
en este éxodo involuntario y doloroso.)

Olofi accedió pero Ochún, con miedo al viaje, le pidió a su hermana Yemayá le hiciera ebbó. Y la madre universal, con sus peces y caracolas nacaradas al contacto con su mar, evaporándose en la calidez de la bella Ochún, con sus algas moviéndose al susurro de las olas, con los corales y esponjas, la fue limpiando, depurando, le fue impregnando su valor, su fuerza y enseñó sus azules predios, perdidos en lo infinito del misterioso Olokun, negro-azul de profundidades acuáticas, orisha arcano de su vida inmaterial.

Y la dulce Ochún vistió sus mejores cualidades, su amor hacia su pueblo y emprendió el viaje esclavizándose, su color de melaza se tornó en los colores ocres y ámbar del oñí, llegando a tierras americanas; convirtiéndose en dueña y señora, patrona de generaciones futuras imbricadas en montes y llanos, ríos y lagunas, palmas y ceibas, mares y océanos. Y los orishas, poderosos señores de los destinos, rugieron con voces de rayos y truenos, de torbellinos y remolinos, de cascadas y rompientes, y le suplicaron a Olofi los dejara seguir al encuentro de su hermana y así propagar sus enseñanzas de religiones ancestrales y regresarlas a su querida África, al llamado del atefar de Ifá, al llamado de Orula, al reencuentro del testimonio de 500 años de choque de culturas que fueron posesionadas del encanto histórico.

Olofi, al verlos partir con el resonar rítmico de sus batá, al vuelo de las palomas, bendijo su solidaridad fraterna, su amor filial y dulcemente se escuchó un lamento, implorando a Olokun:

Alagba Lagba La Mi Se
Olokun La Mi Se
Alagba Lagba La Mi Se.
Ile Kashogun
Ile Ayo.


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