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Arquitectura
Arte y arquitectura: un divorcio a la cubana

¿Hay futuro para un patrimonio arquitectónico que a duras penas sobrevive al presente?
por BALTASAR MARTíN Parte 1 / 5
Plaza Cívica
1956, Plaza Cívica, hoy Plaza de la
Revolución. Monumento a José Martí

El Movimiento Moderno llegó a Cuba con cerca de diez años de retraso, pero ya desde el inicio de la década de los cincuenta la expresión se impuso e invadió toda la creación arquitectónica del país.

El edificio del Colegio de Arquitectos de Cuba fue uno de los primeros de este estilo que se construyó en La Habana, inaugurado en 1947. Sus autores, los arquitectos Fernando de Zárraga y Mario Esquiroz, habían obtenido el primer premio en un concurso convocado en 1945 por la mencionada institución.

En el hotel Havana Riviera, inaugurado el 10 de diciembre de 1950 —cuya expresión arquitectónica de vanguardia todavía supera a la del flamante Cohiba de los noventa—, se emplazaron varias esculturas de Florencio Gelabert en su fuente frontal, lo que evidencia que, a pesar de haber sido un proyecto de arquitectos norteamericanos, éstos quisieron incluir obras de artistas plásticos cubanos en la decoración y ambientación del mismo, como sucedería posteriormente en el Havana Hilton. El FOCSA (1956), del arquitecto Ernesto Gómez Sampera, fue el edificio con tímpanos de hormigón armado más alto de su época, así como el Someillán fue uno de los más esbeltos.

Antonio Quintana se luce con su Retiro Odontológico (1956), y con su Retiro Médico (1959), ambos Medalla de Oro en Arquitectura por esos años.

El voladizo en forma de ocho estilizado o de alas de libélula de la entrada del edificio de 23 y N, expresa a la perfección la deseada simbiosis lograda entre la ingeniería estructural, la arquitectura y el arte, así como el mural cerámico de Wifredo Lam de su vestíbulo y el de Mariano Rodríguez al fresco en el del Retiro Odontológico son una excelente muestra de la presencia del arte en la arquitectura de estos años.

Otro elevado exponente de la etapa es el edificio del antiguo Tribunal de Cuentas (1954), Medalla de Oro de Arquitectura de ese año, del arquitecto Aquiles Capablanca. Se emplazó un mural cerámico de Amelia Peláez en una de sus fachadas laterales, y la escultura denominada Integridad, del escultor Domingo Ravenet, en su jardín frontal.

En el edificio del Museo Nacional de Bellas Artes (1954), Alfonso Rodríguez Pichardo incorpora numerosas esculturas y murales, que junto a una expresión arquitectónica impecable, le hacen fiel testimonio de la grandeza de esta época para la arquitectura nacional. A la entrada, el grupo escultórico de Rita Longa Los Elementos (aire, luz y agua); en el balcón superior, la obra de Mateo Rodríguez Bécquer, inspirada en instrumentos afrocubanos. Por la calle Monserrate, a la izquierda, la escultura La perspectiva, bronce directo de Manuel Lozano, y a la derecha, otro grupo escultórico de José Sicre, el mismo del Monumento a José Martí de la antigua Plaza Cívica.

En el vestíbulo nos recibe un mosaico, hecho a la manera bizantina, con esmaltes y oro, que representa las artes clásicas y las contemporáneas, del pintor Enrique Carabia.

La propia Plaza Cívica, conocida desde 1959 como Plaza de la Revolución, de la que además del mencionado monumento a Martí forman parte otros importantes y bellos edificios como el antiguo Tribunal de Cuentas, la Biblioteca Nacional y el Ministerio de Comunicaciones, fue objeto de una gran controversia por la construcción del monumento en sí, que dio de lado al proyecto original premiado en el concurso celebrado en 1942, para basarse en un proyecto mixto, que tomó la torre con planta en forma de estrella del segundo lugar, combinándola con la estatua de Martí del proyecto ganador del primer lugar.

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