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Arquitectura
Entre rejas

Nunca había sido tan indigente nuestro modo de asumir una herencia de siglos: la del enrejado habanero.
por JOSé HUGO FERNáNDEZ, La Habana Parte 2 / 2

Taller de herrería
Taller de herrería (La Habana, 1917)

Por ello resulta tan chocante lo que está sucediendo en estos inicios del milenio. Asistimos al tutiplén del enrejado. Mas nunca antes fue igual de torpe su utilización, ni más indigente el modo de asumir su herencia de siglos.

Es verdad que en las bases del problema se halla una necesidad y hasta un derecho elemental de las personas: el derecho a defender lo suyo y con lo que está a su alcance. Tampoco es menos cierto que la falta de recursos económicos y el apuro ante la eventualidad no han dejado lugar para lindezas. Pero es que ahí no queda todo.

En La Habana se fue generalizando el enrejado de puertas y ventanas a la buena de Dios, en un esfuerzo extremo por neutralizar a los "gatos", ladrones de la peor ralea que hoy se multiplican como las lombrices y que lo mismo roban la ropa de una tendedera que fuerzan el acceso a la casa para cargar con cuanto objeto vendible les caiga en las manos. No existen estadísticas confiables. De manera que para calcular las reales dimensiones de esta peste social será más ilustrativo contar el número de rejas en las viviendas de El Vedado, El Cerro, Centro Habana o cualquier barrio populoso donde a la gente de modestos ingresos no le ha quedado otro remedio que soldar cuatro u ocho barras de hierro componiendo un cuadro que les permita descansar, digamos, en paz.

Realmente, no se podría esperar que estos humildes habaneros, además de "inventar" los barrotes e ingeniárselas para terminar la reja, o aún peor, encima de exprimir sus bolsillos para encargarla a un herrero, a razón de cuatrocientos pesos por metro, estuvieran ideando diseños bonitos, creativos, leales a la tradición. Sería como pedirle mangos al almácigo. Pero sucede que su caso constituye sólo un anillo de la serpiente, y no precisamente el más feo.

Impuesta la práctica del enrejado como imperativo de supervivencia, uno más, muy pronto se convirtió en moda. Luego pasó a ser pretexto, medio para la ostentación de tuertos reyes en una comarca de ciegos. Y es así como hoy, mucho más que ruda previsión contra los "gatos", la reja representa un signo, un emblema, el de la total descompostura.

Sin excepción, las casas que habitan en La Habana los llamados "nuevos ricos" están protegidas por un doble sistema de rejas. Primero, se cubren todas las puertas, pasillos y ventanas. Después, se aísla la vivienda mediante un enrejado que abarca todos sus alrededores, o al menos su parte frontal. El sistema, sumamente costoso, aunque no está compuesto más que por armazones brutas, rígidas y frías, fue concebido para cumplir tres funciones: a) impedirle el acceso a los ladrones y a cualquier otra persona ajena; b) evitar que puedan seguirse desde el exterior los movimientos comúnmente "reservados" de los ocupantes de la casa; c) marcar la diferencia, anunciar a ojos vistas la presunta superioridad material del dueño o inquilino.

Producto neto del actual panorama económico y social de la Isla, la recua de los "nuevos ricos" está constituida sobre todo por altos funcionarios estatales y gerentes u otros ejecutivos de corporaciones, hoteles y firmas, asociados o no al capital extranjero. En menor medida, integran también esta fauna algunos dueños de restaurantes y otros negocios particulares, a más de una cifra limitada de ciudadanos que por algún motivo especial han visto aumentar sus ingresos de forma notable en los últimos tiempos.

No se trata ya de personas sin recursos, que actúan apremiadas por las circunstancias y que no disponen de lo requerido para abordar esta tendencia no sólo desde el derecho a la defensa de sus propiedades, sino también desde la obligación moral y hasta legal que implica defender la cultura de todo un país.

Sabido es que no siempre, o mejor, casi nunca, el buen gusto acompaña a la pompa. Y menos cuando ésta es obra de un alumbramiento bastardo. Nadie se proyecta más pobremente que un pobre con plata.

Por eso resultaría peligroso exigirle sin más a los llamados "nuevos ricos" que guarden el debido respeto a la tradición. Capaz que les diera por retorcer sus múltiples hierros para sofocar el paisaje con decenas, cientos, miles de pavos reales, rosetones, liras, vasos romanos, letras y arabescos. Qué dislate. Peor el remedio que la enfermedad.

Entonces, ¿dónde está la solución? ¿Desde qué ángulo enfocarla? Obviando detalles y especificaciones por demás inútiles, las posibles maneras de enfrentar la ignorancia, el desenfreno, la miseria material y espiritual, el caos, radicaron siempre en el apego verdadero a la instrucción, al orden, la justicia, el trabajo, el respeto al derecho de los hombres y la obligación de cumplir los deberes, sin humillantes exclusiones. Lo demás es selva, como dijo el poeta.

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