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Arquitectura
Entre rejas

Nunca había sido tan indigente nuestro modo de asumir una herencia de siglos: la del enrejado habanero.
por JOSé HUGO FERNáNDEZ, La Habana Parte 1 / 2
Círculo Infantil
La Habana. Círculo Infantil

Vivir enrejado en La Habana cuesta caro, a cuatrocientos pesos el metro. No obstante, cada día es mayor el número de casas que pierden sus fachadas detrás de espantosos conjuntos de rejas cuya función no se sabe a derechas si es detener a los que vienen de afuera o condenar a los de adentro.

Todo aquel que aquí tiene (o cree tener) algún objeto de valor, protege al menos la puerta de la calle con un rectángulo de hierro. Es un uso casi tan extendido como el del arroz o el café. Fruto de expresión social al fin y al cabo, muestra los matices que va trazando lo cotidiano en sociedad, en particular lo de aquello que deja huella, sea para bien o para mal. Y en este caso es para mal.

Al punto puede afirmarse ya que la reja, el hierro forjado, como elementos de uso práctico y ornamental, han tenido tres etapas decisivas en la historia de la arquitectura cubana. La primera, a mediados del siglo XVIII, cuando irrumpe en cierres y balcones, aunque aún tímidamente, conviviendo con la madera de períodos anteriores. La segunda, en el siglo XIX, cuando su utilización es abundante y casi exclusiva, por lo que deviene vía de avance hacia una arquitectura de rasgos peculiares, genuina, superior. Y la tercera etapa, en los albores del siglo XXI, cuando el desbarajuste de la economía, unido a la indolencia, el desatino y la torpeza, rompen el lazo con un patrimonio que a lo largo de más de doscientos años erigieron, piedra sobre piedra, los grandes alarifes llegados a la Isla o nacidos en ella.

Se ha dicho bastante que el decimonónico fue un siglo de trascendencia para la configuración definitiva de La Habana. Su fisonomía adquirió entonces un carácter propio, de ciudad organizada, de espacios urbanos enriquecidos, con proporciones bien pensadas y con un esmerado refinamiento ornamental, según los principios de la época. Es el auge de un desarrollo arquitectónico que a partir de los siglos XVII y XVIII había tomado cuerpo desde ciertos fundamentos moriscos, en simbiosis con influencias y modelos europeos que ya marcaban altas notas en la historia de la civilización.

Y justamente ligada a las razones de tal esplendor está el uso de la reja, del hierro forjado o fundido, así como el de las vidrieras de colores, las puertas persianas o el mármol de los pavimentos, entre otros caracteres que sustentan el proverbial barroquismo arquitectónico de esta ciudad.

Se trata, pues, de una historia y de un tesoro que merecen ser conservados celosamente, no sólo como referencia, humo del recuerdo o usufructo obsoleto, sino como legado que palpita y que resulta amoldable a los requerimientos de las nuevas épocas. Quizá no sea de especial provecho práctico ponerse a fabricar guardacantones exactamente iguales a lo que se usaban en La Habana cuando El Morro era de palo. Ni las calles tienen ya esquinas tan estrechas, ni los vehículos llevan máscaras de acero capaces de provocar derrumbes en las paredes con apenas un roce. Sin embargo, hay otras muchas formas del enrejado tradicional que son sensibles al rehacimiento respetuoso, fiel, y cuya aplicación no debe quedar aprisionada en los límites del Centro Histórico de la ciudad. Al contrario, hoy es aprovechable y debe ser aprovechada, bien en sus aspectos funcionales u ornamentales, casi toda la familia del metal de forja o de fundición. Desde los muy antiguos portafaroles hasta el guardavecinos, aparecido en pleno siglo XX con la proliferación de los balcones en los edificios populares y la consecuente necesidad de establecer linderos entre vecinos, pero sin impedir el paso del aire y, lo que es aún más caro al habanero, la visibilidad imprescindible para el ejercicio del comadreo.

De hecho, el empleo de la reja en la arquitectura nacional no permaneció jamás inamovible, atenido únicamente a las conquistas de sus días de oro. Y es fácil demostrarlo, porque todavía quedan algunos ejemplos en pie. Basta un somero recorrido por La Habana para seguir su desarrollo a través de los años y de todos los estratos de la sociedad: desde el palacio, el templo y la residencia aristocrática, al edificio más humilde, y aun la cuartería y el solar. En todos la reja encontró su espacio, su molde y su aplicación específicos, pero sin perder el toque de gracia con que la dotaron los alarifes de antaño.

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