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Arquitectura
Pirámide del Cementerio Colón y otros argumentos

Una necrópolis que refleja la espesa personalidad de la ciudad que la contiene.
por ARSENIO RODRíGUEZ, Barcelona  
Cementerio
La Habana, Cementerio de Colón. ¿Fantasía del
más allá?

La Necrópolis de Cristóbal Colón, en La Habana, es uno de los tres mayores cementerios del mundo. Con 130 años de antigüedad, su inventario de obras de arte asciende a 10 mil.

El catálogo de Colón es fascinante: sus amplias avenidas y jardines al aire libre, sus tesoros arquitectónicos, esculturas de notable factura, etcétera. La primera piedra se colocó en 1871, y fue construido por el arquitecto español Calixto Loira, quien también proyectó el primer panteón levantado en el cementerio —la Galería de Tobías—, donde fuera enterrado él mismo un año más tarde.

El cementerio tiene estructura rectangular, en forma de campamento romano, y está compuesto por una retícula de calles, manzanas y lotes. Se trata de una necrópolis remedo, a escala reducida, de la ciudad de los vivos. Esta concepción especial permitió la aparición de lujosos panteones que expresaban la ilusión y la vanidad de los ricos mortales habaneros, mucho más que el sentimiento religioso de trascender la muerte. El cementerio es una versión, condensada en piedra, de la sociedad de una época en la que se agruparon, formalmente diferenciados, lo grandioso y lo mezquino, el lujo y la pobreza, el buen gusto y lo banal, lo popular, lo cosmopolita, el drama.

Hay varias tumbas famosas en él, de un estilo arquitectónico trascendente, como la portada Fe, Esperanza y Caridad, de inspiración románica. Fue hecha por Calixto Loira a fines del siglo XIX, aunque el verdadero tono de la necrópolis es el de las primeras décadas del siglo XX, donde confluyeron neogótico, modernismo, art deco y neoromanesco.

Así aparecen tumbas muy originales, como la del rey de ajedrez hecho de mármol blanco que adorna la tumba del campeón mundial José Raúl Capablanca. Más lejos, está la capilla modernista que se hizo construir Catalina Lasa (1936). La diseñó Rene Lalique en mármol blanco, granito negro y cristal púrpura, y tiene una fachada principal y un apse saltado que asemeja una vaina, y que querían tener la sala permanente de Lalique del museo de arte moderno de Lisboa.

Otra tumba interesante representa una ficha de dominó, el "doble tres", y tiene su historia. La cubana Juana Marín era muy aficionada a ese juego de mesa, prácticamente adicta sin remedio. Su última data (juego) tuvo efecto el 12 marzo de 1925, en el momento en que le sobrevino un infarto por no poder poner su última ficha, que era el "doble tres". Murió con la pieza apretada en la mano. La familia, que conocía su gran amor por el juego que la llevó a la muerte, cumplió mandando a tallar sobre la losa un "doble tres", y al costado la secuencia en la cual se produjo el fatídico "tranque".

Verdaderamente impactante es, sin duda, la pirámide que se hizo construir el profesor y arquitecto José F. Matta. Encontrar en este contexto una tumba piramidal, imitando la del rey Khufu de Egipto, resulta sorprendente. Ello quizá refleja el gusto habanero por una cultura tan distante como la egipcia. No es ocioso recordar, además, que el conde de Lagunillas (Joaquín Gumá y Herrera), amigo de la familia Gómez Mena, llegó a tener una de las colecciones más importantes de arte egipcio y antiguo de toda América, que hoy conserva el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana. ¿Sería este arquitecto un aficionado al arte egipcio, o en realidad sería masón? Se sabe que la pirámide y otras formas geométricas forman parte de la estrategia conceptual de esta secta...

Colón está tan incorporado a los habaneros —por similitud arquitectónica con la ciudad y sus costumbres— como los restos del cementerio Espada, primero de la capital, ubicado en el barrio de Cayo Hueso en Centro Habana y construido por el Obispo Espada a inicios del siglo XIX. La actual necrópolis es escenario habitual de los habaneros, que la atraviesan para realizar sus tareas cotidianas, con lo cual forma parte de un imaginario colectivo que, por añadidura, ha visto estas tumbas recreadas en dos películas de fuerte humor negro: La muerte de un Burócrata y Guantanamera, ambas de Tomás Gutiérrez Alea.

No es casual que Tranquilino Hernández, el sepulturero más antiguo del cementerio de Colón, a sus 72 años de vida reconozca en una entrevista: "Me gusta más dormir en el cementerio que en mi propia casa"


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