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Arquitectura
La Habana, romántica y todo lo demás

Una ciudad que es un viaje a través de múltiples arquitecturas.
por BALTASAR MARTíN  
Capitolio
Cúpula del Capitolio (interior)

Si le quitaran la música, La Habana seguiría siendo una ciudad romántica gracias a la arquitectura.

Los románticos pretendieron volver a la naturaleza y revivir el pasado, especialmente la Edad Media, como contrapartida a lo calculado y académico del neoclasicismo, y aunque en la música y en el ballet el romanticismo se agotó en apenas una década, alrededor de 1848 se extendió con más amplitud en la arquitectura, continuando en algunos países, como en Cuba, hasta bien entrado el siglo XX.

En Italia, el romanticismo fue una vuelta al Renacimiento, mientras que en Francia e Inglaterra lo fue al gótico.

La arquitectura romántica no sólo fue religiosa, sino que se extendió a la construcción de residencias, edificios de apartamentos, llegando inclusive a lo industrial, pues fábricas o estaciones de ferrocarril parecen erguirse como catedrales medievales. El acero y el hormigón armado transformaron las estructuras y las hicieron más audaces y económicas. Las esbeltísimas columnas exigidas por el gótico ya no son imposibles con el acero del neogótico, donde sobresale el Parlamento de Londres, de Charles Barry.

En general, la tendencia fue emplear el neogótico en las iglesias, y el neoclásico en los teatros y edificios públicos, aunque con notables excepciones como la Ópera de París, entre neobarroca y ecléctica, por la confusión de estilos que presenta.

La arquitectura romántica también se conoce como "historicista", y fue esa vertiente más "pura" la que se siguió en La Habana, teniendo uno de sus puntos culminantes en la arquitectura funeraria del Cementerio de Colón, donde en sus mejores panteones se recrearon los distintos estilos arquitectónicos del pasado, desde el Antiguo Egipto, el neo-románico del acceso principal, hasta el neogótico de varios monumentos funerarios, estilos todos que por supuesto nunca existieron en Cuba, en su momento original, por razones obvias.

En La Habana, ya entrado el siglo XIX, como en las principales ciudades europeas y norteamericanas, se impone la arquitectura historicista, en un proceso que abarcó hasta 1929, con la inauguración del Capitolio Nacional, del más exquisito estilo neoclásico, a pesar de que en esos momentos imperaba la moda del Art Deco, del cual en la capital hay numerosos exponentes como el Edificio Bacardí, el López Serrano y el Teatro América.

Antes del Capitolio Nacional, tanto en el Prado como en el tiempo, se yergue el antiguo Centro Gallego, hoy Complejo del Gran Teatro de La Habana, construido en 1916 en el más rebuscado estilo neobarroco, aunque con sus toques eclécticos, que lo asemejan por la confusión y el estilo a la ya mencionada Ópera de París de Garnier.

Frente al Capitolio, el Teatro Payret, de exterior neoclásico, pero con diseño interior racionalista, más acorde con la moda de los 50 en que se construye, complementa este "museo" de la arquitectura romántica que es La Habana, tanto a lo largo del Prado como de otras muchas calles hasta las fronteras del Vedado, donde el racionalismo ya se impuso.

En la calle Reina, la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, y en la Víbora, su maravillosa iglesia neogótica, dan testimonio de que la Isla no escapó a la fascinación de regresar al gótico de los franceses y los ingleses, y en general, de toda Europa.

Los viejos bancos "wallstreetianos" de la Habana Vieja, remedo cubano "vaquigordiano" de los del Nueva York a donde nunca llegó el Titanic, contribuyen también a reforzar esa atmósfera de película de Al Capone que envuelve las calles del Casco Histórico, donde hay de todo, como en botica.

Si se viaja desde el Parque Central hasta Miramar, donde también en Quinta Avenida hay iglesias neo-románicas tardías, pero no menos bellas, se habrá consumado un periplo por la historia de la arquitectura desde 1492 hasta 1959 (a partir de esa fecha casi todo carece de valor), reafirmando que La Habana es una ciudad romántica que, como la Bella Durmiente en su castillo medieval, espera por el príncipe que nos despierte a todos del letargo.


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